"Crónicas de un pueblo palentino"

"Crónicas de un pueblo palentino" es una sección de la web www.villapún.es en la que se publican relatos verídicos o de ficción que tengan relación con el pueblo de Villapún o la cultura rural en general. Si quieres participar escribe tus historias y vivencias, tu relación con el pueblo, acontecimientos del pasado, cuentos del abuelo, aventuras de la infancia..., en fin, lo que quieras y envíalo a: villapun@gmail.com


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viernes, 29 de julio de 2022

La editorial Aruz publica un libro ambientado en Villapún

Tengo el honor de anunciaros que la editorial palentina Aruz ha tenido a bien publicar el libro que he escrito sobre mi infancia y juventud en Villapún.

“Mis amigos y otros animales. Andanzas de un naturalista de pueblo” sale a la venta a mediados de agosto y será presentado el día 20 de agosto a las 20:00 en la iglesia de Villapún.

El libro es un relato de las vivencias de infancia y juventud de su autor por los campos de Villapún. Narra las experiencias al aire libre en busca de animales, pero también las divertidas aventuras de una pandilla de amigos en un entorno singular. Pretende además reflejar el modo de vida en la España rural de finales del siglo pasado y rescata un rico vocabulario autóctono que hoy en día corre riesgo de desaparecer, así como muchas de las tradiciones, oficios y demás elementos culturales que van apareciendo a lo largo del texto.


El libro consta de 400 páginas, distribuidas en 25 capítulos, cada uno de los cuales va acompañado de un dibujo original procedente de los cuadernos de campo del autor. Incluye también prólogo, introducción, un preludio y un epílogo, un índice de palabras típicas y otro de personajes.

A lo largo del libro se citan 218 personajes, de los cuales 80 tienen un cierto protagonismo en algún capítulo. La mayoría son personas de Villapún, pero también algunas de otros pueblos de la comarca, como Santervás, Villota o Saldaña.

Incluye también 251 palabras propias del pueblo y la zona, con su correspondiente definición.


En la portada aparece un grupo de niños de Villapún y pretende rendir homenaje a las pandillas de chiguitos de pueblo de todas las épocas y que han podido vivir experiencias similares a las relatadas en el libro y pueden sentirse identificados con los protagonistas del mismo.


La edición y publicación del libro corren a cargo de la editorial palentina Aruz y podrá adquirirse en las principales librerías de la provincia, así como a través de la página web de la editorial www.aruz.es


jueves, 21 de enero de 2021

Por tener donde "ajotar" alguna palabra hambrienta

Un buen amigo del pueblo nos habla de la necesidad de recuperar antiguos vocablos usados secularmente en el Páramo y nos regala un bonito relato que nos retrotrae a otros tiempos en los que las inclemencias meteorológicas se padecían de diferente manera.

MEMORIA DE PÁRAMO

_"Antes, pues ya te digo,  tenías que ir bien preparao, ¿eh?; bien preparao con angorras, con bragos, con zamarra y la hostia… Cargao, ¡una carga llevabas! Pero no entraba nada aunque estaría todo el día lloviendo… He conocido pastores con albarcas; los choclos ya eran mejores; una cosa muy caliente; las botas eran muy malas... Iba con mi padre medio descalzo. Me hizo unos choclos un zapatero… por tres cuartos de centeno, comprar las plantillas y buscar unas empeñas usadas. Entonces había mejor material que ahora". [un pastor]

“Empeñas”. Tras mucho buscar, al fin lo encontré en “Un lugar en el Páramo Palentino”. El significado de la palabra. Hay quien dice que en “la red” se encuentra todo. Puede que sea cierto –seguro que no_. Pero antes, todo hubo de estar en algún sitio real. Uno de ellos, para mí, es el Páramo. Un lugar donde las palabras no sólo tienen un significado. También hablan de las actividades que las originan; de las vivencias, de las relaciones con el entorno, y entre sí, de quienes las pronunciaron. De éstos van quedando pocos, y las palabras andan por ahí olvidadas o huérfanas de sentido.  Pero sí. Parece que sí, que en “Un lugar del Páramo Palentino” las palabras, en su plenitud,  han encontrado un refugio. A salvo de la tormenta de la modernidad. Aunque no sea más que una chispa de luz, este “lugar” es un referente seguro para que no se extravíen y sigan llegando.

Aunque nací en un lugar que se dice de la Vega, el centro de gravedad del territorio al que pertenezco lo encuentro en el Páramo. Cuando subo, en estos día asombrados de incertidumbres, lo veo como un ser hueco, tallado de silencios milenarios; una costra geológica endurecida por el olvido. Pero si consigo espantar el ruido que las cadenas emiten, agobiando con ciudades paralizadas por la nevada del siglo y calamidades sin fin; si me siento a su lado, me callo y escucho… Entonces descubro que está lleno, cargado de memorias que pugnan por ser contadas. Recuerda, me dice, para nevada la que cayó por aquí el año que te iban a nacer a ti.

Aún lo contaban a finales del siglo las viejas en las noches de invierno. Ni los mayores de entonces, decían, recordaban semejante acontecimiento. Todo empezó de repente. Era el día de Santa Ángela. Los pastores del monte encerraron a toda prisa. Volvían abriéndose camino a brazadas contra la espesura de un viento despiadado. Envueltos en sus zamarras semejaban mariposas aleteando, atrapadas en una cortina blanca. Nadie sabe cuánto duró aquello, ya que el día y la noche, enredados en promiscua orgía devastadora, se olvidaron de anotar el tiempo.

Cuando cesó la tormenta sólo las casas más altas descollaban, cual cumbres de cordillera, sobre cerros que sepultaban tapias y viviendas más bajas. Llegar al leñero era una aventura de riesgo. Alimentar el fuego, un acto continuo de previsión, de sabia economía. Hubo a quien no le alcanzó la hornija para todo el invierno.

En Villarrobejo, que es un sitio de aquí del Páramo; que tiene por patrón a San Andrés, el de la nieve a los pies; donde el día de la fiesta solían bailar las mozas, sobre la mismísima nieve, en zapatos de tacón; en tal lugar hubo una pareja afortunada. Fue un caso muy célebre. Se habían casado la víspera de Santa Ángela. No se recuerda en toda la historia que nadie haya gozado de una noche de bodas tan larga.

Lo contaban los viejos en torno a la hornacha. Dos meses estuvo el Páramo cubierto. Allá en las majadas de La Cerra, Matajuara y El Tremedo las ovejas morían de hambre. En carros encuartados se intentó llevarles el pienso. Al principio, cuando la nieve les llegaba a los cuernos, hasta las vacas más bravas se negaban. Cuando se pudo, y pasado algún tiempo, se acabó la paja, la hierba, los titos, las muelas, la avena, la cebada y hasta el centeno. Sólo se salvaron los rebaños de aquellos más ricos que tenían trigo de sobra.

Y ellos, la gente…, pregunto: ¿sobrevivieron? Cierto. Si no tú habrías sido un aborto, y no estarías aquí preguntando. Entonces… Recibieron ayuda del estado, del gobierno… ¿no? No. Ellos no necesitaban ni entendían de repúblicas lejanas, dictaduras o reinos. No. Eran campesinos. Y con eso bastaba. Mira… Escucha… Te cuento: 

Decían las gentes de la Estepa siberiana (esta es una prima grandota que tengo): “el zar está muy lejos, y los dioses ausentes. Por aquí ni el diablo se acerca. Así que…”. Y como decía un cazador de la Taiga (otra parienta): "para sobrevivir en la Taiga sólo hacen falta tres cosas: pan, sal y gente". Sobre todo gente. Gente unida y suficiente.

Amador Fernández Heras

PS: Quizás alguna vez nos hayamos cruzado en La Raya, buscando setas o, en vano, la puesta de la chocha perdiz. ¿O era el chotacabras? No sé. Si bien no soy de Villapún, no me importaría, si se me permite, adentrarme en este foro. Aunque sólo fuera por tener donde ajotar alguna palabra hambrienta que encuentre por ahí,  apeada contra las ruinas del lenguaje.

domingo, 24 de mayo de 2020

Cuento post-pandemia en el medio rural

Luis Calderón Nájera , alcalde de Paredes de Nava, publica en “El Diario Palentino”, en su edición del 23 de mayo, una especie de fábula que viene muy a cuento en estos tiempos que vivimos, porque nos recuerda de donde venimos y lo que hemos perdido por el camino y nos plantea la oportunidad que para el medio rural puede suponer hacer valer ahora aquello tan importante que quizás nunca debimos olvidar.
 
         COMO A NUESTRO PARECER CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE MEJOR
Y en esto estaba yo en mi despacho. Tenía que enviar esa mañana no sé qué datos de una subvención, cuando miré por la ventana. Comenzaba a nevar. Próximos Los Santos, no era época de nieves. No me extrañó mucho y pensé que ya teníamos tema de conversación al café.
No dejó de nevar, lo hizo durante todo el día, continuó por la noche y siguió tres días sin pausa. Las noticias dieron alertas, recomendaciones ante previsibles aislamientos, imágenes de zonas nevadas, lugares donde nadie recordaba los tejados blancos, declaraciones inéditas de paisanos corrientes. Continuó cayendo y algunos se marcharon a la capital, donde vivían sus hijos. Tampoco se fueron tantos. Desde el coronavirus de octubre ya nadie se extrañaba de nada y ahora el pueblo se consideraba un lugar más seguro.
Pero es que siguió nevando. Acompañaron fuertes heladas que endurecieron la capa blanca que tapaba las calles. Desde entonces, el invierno no cesó de abrasarnos. Las carreteras se cortaron; imposible circular por ellas. Los primeros días pasaron camiones con cuñas que las abrían, pero por las noches el viento las volvía a tapar. Las heladas fueron terribles. Se congeló capa sobre capa, una encima de otra, agarradas y prietas.
Continuó nevando y la segunda semana ya no vinieron las quitanieves. Así que tampoco pudieron acudir los maestros del colegio, ni tampoco los que abrían las oficinas de los bancos, ni la secretaria del ayuntamiento, que también vivía en la ciudad. El tren dejó de circular y el coche de línea ya no apareció. Gracias a Dios, el centro de salud no se llegó a cerrar en ningún momento. Desde verano vivían en Paredes una pareja de médicos jóvenes de Madrid que se vinieron tras el envite primero de la pandemia, compraron una casa que han rehabilitado con un buen corral donde tiene un par de caballos muy bien domados.
De los ocho guardias civiles del puesto local solo dos residen en la casa cuartel y son los que allí permanecen. El dispositivo se ha visto reducido a una pareja para los casi tres mil habitantes que somos ahora. Afortunadamente, desde que están solos, les ha cambiado el carácter.
Cuando llegó diciembre, los niños llevaban semanas sin clase. Los padres hablaron con los pocos maestros que vivían en Paredes y organizaron el horario. Agruparon niños en las aulas más soleadas y ya no madrugan tanto. Muchos universitarios a los que les pilló aquí el puente de los Santos imparten clases de su especialidad, según niveles. Hay tres estudiantes de enfermería que están ayudando a los médicos: da gusto lo bien que te tratan. Barrie, un inglés auténtico, que se vino de Mallorca hace dos años ha organizado una especie de escuela de idiomas con su hijo Ewan.
Por la Inmaculada, dejó de verse la televisión, solo se escucha alguna emisora de radio lejana, muy extranjera. Antes de Navidad, una noche de mucho viento, se cortó la luz y ya no ha vuelto. Internet no funciona, ni los móviles ni los fijos tampoco. El centro de salud y la farmacia se abastecieron los primeros días de suficiente material y medicamentos. Se aprendió bastante de las dos embestidas del COVID19 y ahora todo se gestiona diferente.
La gente mayor dice que estas nevadas son como las de su juventud y parece que los que andaban más fastidiados se han enderezado con esos recuerdos. Los mayores han recuperado mucho protagonismo en la vida de Paredes, son los sabios, aquellos que ya estuvieron en una época sin tele, sin luz , sin móvil y ahora su experiencia está muy valorada. Aún así, ya hemos tenido cuatro entierros, pero han muerto de puro viejos, que no había más remedio. Otros años en estos meses ya hubieran caído más de una docena, de lo mal que les sentaba el frío. Por otro lado, empiezan a verse barrigas de embarazadas, de tres o cuatro meses; ninguna de las madres sabe si es niño o niña, porque es pronto todavía.
Siguió nevando en Navidad y en Año Nuevo, que es lo suyo. Los Reyes llegaron igual y se organizó una cabalgata con todos los caballos del pueblo.
Se han hecho las matanzas, que con estas heladas tan gordas han dado un embutido estupendo. Aunque ha costado un poco, ya están podados todos los frutales y las viñas. Antes de las primeras nieves el campo quedó sembrado, salvo las tierras de girasol, así que estamos tranquilos.
Se ha empezado a beber el vino del año y los bares sirven el caldo casero que elaboran los que tienen bodega. Dicen que el año que viene no tirarán el rampojo ni el hollejo, que hay que hacer orujo.
Hemos vuelto a las bolsas de agua caliente, a encender las glorias y las trébedes. El verano pasado hubo muchísima paja, se guardó en grandes pilas a la espera de precios mejores. Ha venido muy bien y las casas se han calentado prendiendo las lumbres porque como el gasóleo se ha guardado para los tractores y los generadores de electricidad. También se ha podido llegar hasta el monte y bajar algo de encina. Con el grano ha pasado algo parecido. Se ha reparado un molino para el tema de la harina. El pan sabe como nunca.
El caso es cuando llegó San Sebastián, patrono del pueblo, no tenía pinta de dejar de nevar, así que no dejó de hacerlo. Se limpió el recorrido de la procesión y para allá fue el santo corito, luciéndose al solecillo de invierno. Rezamos mucho, cada uno pidió lo que quiso.
Ya no ha vuelto ningún viajero, el último que llegó se ha quedado a vivir aquí y contó que la nieve lo tapa todo. Apareció de noche, casi congelado y vive donde el cura don Diego. Es músico y ahora enseña en el colegio. Los domingos toca en un bar el piano y está empezando a organizar un grupo de baile.
El grupo de teatro Aldagón no para; hay función los viernes en el Salón del Ayuntamiento y están ensayando obras nuevas para cuando termine el repertorio. Se han apuntado actores de diferentes edades y han pedido a Miguel, de la Casa de los Títeres, que les escriba una obra sobre algún lío de faldas de los que había antiguamente en el pueblo. El viajante, el músico, contó que los pueblos por los que pasó eran más pequeños que Paredes. Las personas que quedaban eran gentes de campo con hermosas paneras cargadas y el corral con animales para pasar por lo que haga falta. Dijo que había oído que el coronavirus había atacado de nuevo en enero, más fuerte y malvado que nunca.
Aquí hay buenos rebaños de ovejas y como ya no vienen a por la leche para la fábrica de queso, se vende en los supermercados a granel. Hay que hervirla bien y mezclarla con la de vaca para suavizarla, pero de vaca hay poca. Se han impartido talleres para hacer cuajada y queso fresco. Los niños se van acostumbrando a estos sabores y comen todos juntos en el colegio, en dos turnos. Los padres se alternan por grupos semanales para llevar la cocina y el servicio.
El matadero trabaja más para las familias. Muchos después de la primera pandemia compraron animales que han criado. Los curtidos siguen y el lavadero acopió lana de un esquileo más tardío que nunca. Ha evolucionado y ha logrado fabricar mantas rústicas. Aquí hay muchas mujeres que cosen bien y ese tema está dominado.
Como los bancos han dejado de funcionar, las nóminas ya no tienen mucho sentido, nadie paga lo que debe de hipoteca o de lo que sea. Al principio había un poco de incertidumbre con esto, pero ya se han calmado. No llega el correo. La verdad es que el dinero no sirve de mucho porque las cosas se pagan con tiempo y labores a cambio.
El día de las Candelas se hizo una fiesta nocturna para celebrar la llegada de la luz al alumbrado público. A la semana siguiente llegó a las casas. Gracias a los que estaban trabajando en el parque eólico, que habían ennoviado aquí, y a los electricistas locales el tema se ha apañado muy bien. Hemos conseguido enganchar a los aerogeneradores, hay luz de sobra y de balde.
Esta semana tiraremos el primer ejemplar de la nueva edición de El Ensayo. Se trata de un periódico semanal sobre asuntos de interés local y donde cualquiera, siempre con educación, claro, pueda expresar su opinión sobre lo que le dé la gana.
En resumen, que nos hemos organizado muy bien. Se han anunciado para el día de Santiago seis bodas y quieren celebrarlas todos juntos, con lo que todo el pueblo va a ir a la fiesta. El convite parece ser que será en la pradera de la ermita de la Virgen de Carejas.
Han pasado meses y no sabemos nada de fuera de Paredes. Pero todavía no ha dejado de nevar y estamos en cuaresma. Ahora hay varios metros de nieve en las tierras. Es necesario que en Pascua comience el deshielo y se derrita todo para que podamos ir a cosechar este verano.
 
Luis Calderón Nájera

miércoles, 1 de abril de 2020

Recuerdos lejanos de Villapún

María Eugenia Maeso, conocida en Villapún como Genita, pasó los primeros años de su vida en el pueblo. Actualmente reside en el convento de las Dueñas de Salamanca. Desde allí nos evoca sus recuerdos de infancia en Villapún y una curiosa historia que le contaba su padre de como se vivió en el pueblo la gripe de 1918. Toda una lección de vida para estos tiempos que nos ha tocado vivir. 
 
         RECUERDOS LEJANOS DE VILLAPÚN
Voy a recordar, con cariño, cómo era nuestro pueblo hace ya un motón de años, concretamente, allá en la década de los 50; algunos de estos recuerdos vividos por mi y otros conocidos a través de las narraciones de mis padres.
Villapún era y es, un pintoresco pueblo edificado en un alto donde el aire es limpio sin contaminaciones de ninguna clase. En la época a la que me refiero era tranquilo donde se vivía como en una familia. No había coches de línea, ni mucho menos ferrocarril. No había aparatos de radio, ni televisión, ni teléfonos móviles… La gente convivía pacíficamente y con alegría compartiéndolo todo: dolores, problemas, dificultades y fiestas gozosas. Existían vínculos muy humanos porque las personas se conocían y se trataban mucho. Algo muy distinto a lo que ocurre ahora en las ciudades que habitamos que casi todos van hablando por la calle con los móviles y no dan los buenos días ni en las salas de espera de los médicos por estar hablando con personas de lejos. No es que los adelantos conseguidos sean lamentables, no, bienvenidos sean mientras sirvan para fomentar la fraternidad y el amor pero lo malo es cuando distancian y deshumanizan, cuando cada uno se aferra a su ego y no le importan los demás.
Tomamos nuevamente el hilo, después de este inciso.
En Villapún había dos etapas muy diferenciadas: la del verano y la del invierno. En el verano, que era cuando solíamos ir de vacaciones los que vivíamos en la capital, el trabajo era muy duro, sobre todo en el mes de agosto cuando se hacía la cosecha o recolección de los cereales. Trabajaban también las mujeres de sol a sol y por la tarde, cuando volvían a casa regresaban contentas a pesar del cansancio. Eran típicos los paseos de las mozas todavía con los pañuelos blancos sobre la cabeza, canturreando y dirigiéndose a la fuente del Canto con los botijos a buscar el agua. ¡Había alegría! ¡Mucha alegría!
Después de la cena, todavía se salía fuera de casa a tomar el fresco y a comentar las noticias del Papel (llamaban así al periódico que alguno recibía por correo y divulgaba entre los vecinos). Lo que decía el Papel era dogma de fe y no se ponía nunca en cuestión.
El invierno era muy distinto, en el campo no había tanto trabajo y las mujeres solían ir menos. El frío era intenso y todo el mundo se colocaba al lado del fuego que se hacía en el suelo con unos buenos troncos de leña, así eran las cocinas donde se preparaba la cena y las demás comidas. En el resto de la casa no había calefacción y por eso, después de cenar se reunían los vecinos en torno a las llamas chisporroteantes de los maderos a contar historias mientras los hombres hacían escriños, las mujeres hilaban y los niños se dormían tumbados en la trébede al calorcillo.
En cada uno de estos pueblos, aunque fuera pequeño, había un sacerdote. En Villapún estaba Don Ugenio (no es una errata, el cura era Don Ugenio sin la e). Él era como el Pastor o el Patriarca que conocía bien a su rebaño pues estuvo en el pueblo casi 50 años, le faltó muy poquito para celebrar sus Bodas de Oro en la parroquia cuando ya enfermo y casi ciego tuvo que irse con sus sobrinos a Villamizar. A todos les había bautizado, dado la primera comunión, casado y, siguiendo la genealogía, bautizado a sus hijos, etc, etc.
Pues Don Ugenio era un buen cura que visitaba a su gente, acompañaba a los enfermos y los domingos cantaba la misa en compañía de los mozos que interpretaban desde el coro la misa de Angelis sin acompañamientos musicales. ¡Y cómo tarareaba Nisio el introito en latín mientras salía Don Ugenio de la sacristía! Los expertos dirían que no había belleza musical, pero había mucha fe y se cantaba con todo el corazón. Los domingos no faltaba nadie a misa ni al rosario. Cuando a las 4 de la tarde tocaba Don Ugenio la campana, todo el pueblo iba a rezar a la Virgen. Después, las mozas ya se iban en grupo a pasear por la carretera, bajando hacia Santervás. Los mozos las seguían pronto y todos juntos pasaban sus juergas contando chascarrillos y gastándose bromas hasta el atardecer porque a la puesta del sol, había que estar en casa.
En honor a la verdad hay que decir que los niños, sobre todo algunos más traviesos, no simpatizaban mucho con Don Ugenio porque de vez en cuando les propinaba un coscorrón, a usanza de la época, cuando daban guerra en la catequesis. Ciertamente la sangre no llegaba al río pero aquellas “caricias” no eran muy apetecibles que digamos, ¡qué pegones eran los mayores y más aún los maestros en aquella época! A pesar de todo, nunca se les ocurría a los chavales decir en casa que el maestro les había pegado porque les caía el segundo coscorrón y la riña consiguiente ya que por algo les habría pegado el maestro…
Había también un ambiente piadoso que ayudaba a ir asimilando la fe desde los primeros años. Por ejemplo, al salir de la escuela, creo que por la tarde, iban todos chicos y chicas en fila hacia la iglesia a hacer una visita al Santísimo, cantado aquello de:
   
                                Vamos niños
                                al sagrario
                                que Jesús llorando está,
                                pero en viendo tantos niños
                                qué contento se pondrá.
  
No quiero terminar sin contar algo de Don Ugenio que yo no viví, pero que me contaba mi padre casi llorando de emoción, así  le resarciremos de la fama que le hemos quitado diciendo que era “pegón”.
En el año 1918 cuando mi padre tenía unos 11 años y la gripe diezmó la población de todos los pueblos y ciudades de España,  Villapún era un caos de dolor porque en casi todas las casas había enfermos a quien nadie podía cuidar por estar todos afectados de la epidemia.  Bien, pues todos los días después de misa, a la que ya no asistía nadie más que Quico el monaguillo que tenía unos 11 años y era primo de mi padre, se iban los dos, el cura y el acólito, a recorrer el pueblo para llevar algo de alimento a los enfermos.  Como por la fiebre no podían comer cosas fuertes, Don Ugenio llevaba en los bolsones de la sotana una botella de vino de decir misa, buscaba en el corral de la casa los nidales de las gallinas, cogía los huevos y con un poco de azúcar les preparaba un ponche para que pudieran alimentarse algo. Mientras él hacía estas tareas, Quico llenaba los pesebres de las vacas de paja y yerba para que no les faltase el pienso y echaba unos puñados de trigo a las gallinas. Así, casa por casa, recorrían el pueblo dos veces al día, por la mañana y  por la tarde, sin temer el contagio ni pensar en ellos para nada. ¡A cuántos salvó Don Ugenio con este sencillo alimento! Y es de saber que la tarea fue larga porque la gripe no se curaba fácilmente.
Mi padre remataba el relato diciendo que tanto el cura como el monaguillo merecían no sólo un homenaje sino que se hubiera erigido en la plaza del pueblo una escultura de los dos para memoria perpetua. No tanto, pero lo mejor fue que Dios les bendijo ampliamente y ninguno de los dos se contagió de aquella terrible epidemia.
Finalizo este largo relato diciendo que Villapún, ya no es como queda narrado porque, al igual que  ocurrió en todos los pueblos, los jóvenes se fueron a buscar trabajo a las ciudades. En  el invierno quedan muy pocas casas abiertas, pero en tiempo de vacaciones el pueblo cobra nueva vida porque casi todos conservan allí sus casas remozadas o se han construido bonitos chalets y vuelven a su añorado pueblo.
La sociedad ha cambiado mucho y  ya cuando la gente regresa tiene su coche, su televisión, su teléfono móvil  y la vida se ha hecho menos compartida con los demás, pero Villapún sigue siendo Villapún, el pueblo tranquilo pacífico y entrañable grabado a fuego en el corazón de todos los que nacimos en él; por eso siempre decimos que Villapún es el pueblo más bonito de España, al menos para nosotros.
 
Genita Maeso  (en el convento Sor Mª Eugenia)

lunes, 26 de mayo de 2014

En mi pueblo "sí hay algo"

No hace mucho, hablando con un paisano me decía que no venía más a menudo al pueblo porque aquí “no hay nada”. Me le quedé mirando a la cara con una media sonrisa entre burlona y compasiva, pensando para mí que más bien donde no hay nada es en el interior de algunas personas, pero no le contesté en ese momento, más que nada por educación, aunque me quedé con ganas de decirle unas cuantas cosas. No es una actitud aislada, ni mucho menos exclusiva de los villapuneses, pues es cada vez más común en la gente de éste y otros pueblos castellanos, que han dejado de acudir a los mismos esgrimiendo como disculpa tan peregrino argumento. Claro, que tampoco faltan estómagos agradecidos que sólo acuden atraídos por el olor de la carne de cerdo gratuita.
Cada vez estoy más convencido de que ser de Villapún, ser de pueblo, es un don que está reservado sólo para unos pocos privilegiados. ¡Qué triste es que quiénes han nacido y crecido en un pueblo no sepan apreciar la gran fortuna que tienen! Nunca lo he entendido y lo único que puedo decir es: ¡ellos se lo pierden!
Pues bien, creo que ha llegado el momento de preguntar a mi vecino (y por extensión al resto de inconformistas):
 

¿Has subido a la torre de la iglesia para otear los alrededores del pueblo?
¿Has ido a coger unas aceras por los caminos en primavera para hacerte una rica ensalada?
¿Has escuchado los villancicos tradicionales que se cantan en la iglesia por Navidad?
¿Has dado un paseo hasta Oncastellana en verano y te has refrescado con el abundante agua de su fuente?
¿Has visto las construcciones tradicionales de adobe que aún quedan en el pueblo?
¿Has recorrido la Cañada Real por donde discurrían los rebaños de meritas y aún pueden verse ocasionalmente?
¿Te has fijado como “majan el ajo” las cigüeñas en primavera?
¿Has ido en otoño a buscar níscalos por los pinos de la Cerra para hacer un buen guiso con patatas?
¿Has leído la placa que hay en la cara oeste de la torre de la iglesia?
¿Has observado el espectáculo natural de las mariposas en verano por el camino de Cañijuelas?
¿Te has dado ya un buen paseo por la Era?
¿Conoces la laguna de la Ontona?
¿Te has fijado en el mural de la salvación que hay en la iglesia?
¿Has disfrutado del coro nocturno de ranas en la laguna del Valle en una noche estrellada de primavera?
¿Te has acercado al corral de Onzarza para apreciar cómo es una de estas construcciones tradicionales de adobe?
¿Has ido en Navidad a buscar berros por los arroyos para hacer una rica ensalada para la cena de Nochebuena?
¿Te has sentado en los bancos de la plaza a echar una parlada con algún vecino?
¿Te has deleitado con el musical canto del cuco que se escucha por los campos en primavera?
¿Te has dado una vuelta por el Valle después de una tormenta?
¿Te has fijado en la antigua cajonera que hay en la sacristía de la iglesia?
¿Has dado un paseo por la Roza en la primavera avanzada cuando los robles echan sus hojas y el melojar está en todo su esplendor?
¿Has visto alguna vez la “bendición de los campos” que se hace el día de San Isidro labrador?
¿Te has tumbado plácidamente en la hierba de la Era una noche de verano a la espera de alguna estrella fugaz?
¿Conoces la escultura policromada de San Hipólito que hay en la iglesia?
¿Has ido en otoño a recoger champiñones silvestres por el campo para hacer un delicioso salteado?
¿Has tirado piedras en la Majada intentando que salten varias veces?
¿Has madrugado alguna vez para disfrutar del espectáculo del amanecer desde la Era?
¿Has escuchado el relajante canto de los alacranes en una cálida noche estival?
¿Conoces el lugar donde los vecinos de Villapún ofrecieron hacer una ermita en honor a la Divina Pastora?
¿Te has acercado al Caño para beber de su refrescante agua?
¿Te has dado una vuelta por la laguna del Páramo para ver si están los "alavancos" o las "guitas"?
¿Has ido a la Mata Montera en primavera a buscar “bragas de pepús”, “flores de perro” o “campanillas” para adornar un jarrón?
¿Has escuchado el característico reclamo de un “relinchón” volando entre la foresta de la Roza?
¿Sabes en qué parte del pueblo estuvo la fuente de la Ontana?
¿Has ido en primavera a coger “senderinas” a los prados para degustar un sabroso guiso?
¿Conoces la historia de San Pelayo y has disfrutado de su fiesta?
¿Te has acercado a la Cuesta del Manzano para ver las talayas de roble?
¿Has jugado de “chiguito” a tirar “cardinchos” al pelo de otros niños?
¿Te has empapado de agua en un día lluvioso de primavera en una caminata por el campo?
¿Has disfrutado de un paseo nocturno por la Roza en una noche de luna llena?
¿Has hecho alguna vez una corona floral con “gurrupitos” y “patas de gallina”?
¿Has construido un muñeco de nieve o has hecho “señoritas” tras una nevada invernal?
¿Has comido los picantes “ajos de pajarita” que salen al borde de los caminos en primavera?
¿Has estado en el teleclub del pueblo echando una partida de cartas o compartiendo un refresco con alguien?

¿Te has bañado alguna vez en la laguna del Páramo?
¿Has escuchado el típico canto del “pepús” procedente de algún tejado del pueblo en una cálida mañana primaveral?
¿Te has dado un pequeño paseo alrededor del pueblo por el camino del Vallejo en una tarde soleada de invierno?
¿Conoces el aeródromo de Villapún?
¿Has olido la cálida fragancia de las violetas y los jazmines silvestres de la Roza a comienzos de primavera?
¿Has recorrido la cañada de Villarrilda?
¿Has bebido el agua de la “fuente de la salud”?
¿Te has sentado en la ladera del Valle en una tarde de primavera para escuchar el concierto de los ruiseñores en la Roza?
¿Has estado en el frontón de la Era echando un partido de frontenis o de pelota a mano?
¿Has probado las setas de coz o las setas de cardo?
¿Te has dado una vuelta por el camino del Gargolito?
¿Alguna vez te has sentado a la sombra de los chopos del Plantío con un buen libro como compañero?
¿Te has fijado en los hermosos colores de los robledales en otoño?
¿Sabrías reconocer el canto gatuno que los mochuelos emiten al atardecer por las afueras del pueblo?
¿Te has dado un paseo por el Brezal y el Paramillo?
¿Has visto la imagen de Villapún desde el alto de Bretos recortada sobre la impresionante Cordillera Cantábrica de fondo?
¿Te has dado una vuelta por los cultivos en primavera cuando las plantas ya están entalladas y verdes?
¿Conoces “el Monumento” de la Pasión que se montaba antaño en la iglesia de Villapún durante la Semana Santa?
¿Has escrutado el cielo estrellado en busca de constelaciones en una oscura noche sin luna?
¿Te has acercado a Villarrilda y sabes que allí hubo un pueblo que al parecer se desahabitó por la peste?
¿Has visto los preciosos arreglos florales que se hacen en el portal de la iglesia para la celebración del Corpus Christi?
¿Sabes jugar a los “gatos” que se hacen con tallos de junco?
¿Has bajado por el camino del Toro para dar un paseo hasta Lagún del Bravo?
¿Has probado a escuchar alguna vez el “sonido del silencio”?
¿Has degustado los tallos tiernos de los “amojoletes” en primavera?
¿Has visitado la estación meteorológica de Villapún y sabes que es una de las ocho únicas que la Agencia Estatal de Meteorología tiene en la provincia de Palencia?
¿Sabrías fabricar un “chiflito” con la rama de una “chopa”?

¿Has cogido renacuajos en La Majada?
¿Te has fijado en la impresionante puesta de sol que se puede disfrutar desde la Era o el Páramo en un día despejado?
¿Sabes dónde está el pago de La Marineja?
¿Te has acercado alguna vez hasta el Montecillo y la fuente de Pantaleón?
¿Has escuchado el cántico tradicional que se entona en la “procesión del Encuentro” el Domingo de Resurrección?
¿Has estado en el pago de Gromaz y sabes que en el mismo pudo haber antiguamente otro pueblo o que fuese el asentamiento original de Villapún?
¿Has visto alguna noche a la “nueta” sobrevolando la plaza del pueblo como un fantasma inmaculado?
¿Has adornado un jarrón con las bonitas y olorosas flores del cantueso?
¿Sabes de dónde se extraía la arcilla para fabricar adobes y cómo se hacían?
¿Te has empapado del cálido sol de otoño en una tarde de paseo por el campo?
¿Has subido alguna vez al Cueto para contemplar los alrededores?
¿Has escuchado en la iglesia los cantos a la Divina Pastora que se entonan durante el Rosario en honor a la Virgen?
¿Has visto las “chopas” del Valle y sabes que constituyen un patrimonio etnológico y natural de gran valor?
¿Has visto el belén monumental que ponen las mujeres del pueblo en la iglesia por Navidad?
¿Sabes en qué rincón de Villapún estuvo la fragua del pueblo?
¿Has comido los “panes” de las malvas?
¿Has disfrutado del espectáculo audiovisual de los vuelos acrobáticos de los vencejos por los cielos del pueblo en primavera y verano?
¿Has ido hasta Hontanares y te has comido un bocadillo a la sombra de sus chopos?
¿Sabes dónde se localiza el pago de Avellanar y su fuente?
¿Has jugado a “la vaca plantada” o “a chillar” por las calles del pueblo?
¿Has visto un campo de amapolas en flor en primavera?
¿Has escuchado el aflautado canto del autillo en el Valle?
¿Sabes dónde estuvo el antiguo cementerio del pueblo?
¿Te has dado un paseo por la cañada de la Rinconada?
¿Te has fijado en la explosión de color que se produce hacia el mes de mayo por la floración de los “zapatitos” de las “argomas”?
¿Te has parado a oler la tierra mojada después de la lluvia?
¿Has ido a finales de verano en busca de moras por los zarzales del campo para elaborar con ellas un delicioso postre con vino y azúcar?
¿Has cogido la bicicleta para recorrer los caminos y pistas de la Nava o del Páramo?
¿Alguna vez has “resnalado” sobre la escarcha de la Era o por la superficie congelada de la Majada después de una helada invernal?
¿Has visto el Guarrate o la Era cubiertos de margaritas en primavera?
¿Has probado carne de lechazo cocinado en horno de adobe con “argomas” y brezo como combustible?
¿Sabes dónde está Vatocendo y te has dado una vuelta por allí?
¿Has fabricado un “tirapiedras” con una horcaja de roble?
¿Has degustado el dulce néctar de las “chupas” que crecen en los prados?
¿Te has dado un paseo por la orilla de la Cueza en época de lluvias?
¿Has subido al alto Lutero y has bebido el agua de su fuente?
¿Has cogido “gallaritas” de los robles para jugar a las canicas o “gallarones” para lanzárselos a alguien?
¿Te has acercado a la laguna de la fuente del Brezo y al corral de adobe que hay a su lado?
¿Has olido la fragancia del tomillo en verano?
¿Conoces el sitio del pueblo donde se ubicó el potro y para qué se usaba?
¿Te has asomado desde la Revilla para contemplar las preciosas vistas que desde allí se tienen de la Montaña Palentina, la Loma y la Vega del Carrión?
¿Has respirado el aire frío en una mañana invernal dando un paseo por los caminos del Páramo?
¿Alguna vez te has refrescado con “chupiteles” en invierno?
¿Has participado en la procesión de la Divina Pastora por las calles del pueblo?
¿Has ido a ver las antiguas presas donde se lavaba antaño la ropa?
¿Te has acercado a dar un paseo hasta los huertos de la Varga?
¿Has escuchado el “cacareo” de las “pigazas” al atardecer en la Roza?
¿Has visto el antiguo fuelle de la fragua que aún se conserva restaurado?
¿Has intentado hacer un escriño con corteza de zarza?
¿Has ido en diciembre a la Roza a coger un poco de musgo para poner el belén?
¿Te has dado un paseo en bicicleta hasta el Quiñón?
¿Has ido a volar una cometa a la Era en un día ventoso?
¿Has estado en Elegidro y sabes que en sus presas se lavaban antiguamente las ropas de los difuntos?
¿Has utilizado el “pelo de ratón” para hacer coscas a un “chiguito”?
¿Sabes para qué sirve la “tierra topinera” y dónde se puede encontrar?
¿Has dado un paseo hasta la laguna de Onzarza?
¿Has ido en otoño a coger “andrinas” para elaborar un aromático licor de orujo?
¿Alguna vez has estado en Espinar?
¿Has hecho un arco de una rama de sauce y has usado como flechas tallos de “husos” recogido en alguna de las lagunas del pueblo?
¿Has escuchado el canto de las "collaronas" en primavera por el Páramo?
¿Te has acercado al alto del Calvario para contemplar desde allí la impresionante panorámica de la Roza, los campos de la Vega y los pueblos cercanos?
¿Has …?

En fin, creo que podría continuar, pero prefiero dejar al gusto de cada cual añadir todas las múltiples posibilidades que tiene un pueblo como Villapún. Aunque quizás ese sea el problema: vivimos en una sociedad que deja cada vez menos margen a la imaginación, en la que prima el “ocio digital” y la cultura urbana frente a “lo rural”, que se margina y desprecia, lo exótico frente a lo local, lo sofisticado frente a lo sencillo, lo moderno frente a lo tradicional, lo efímero frente a lo duradero...
Y volviendo a mi querido paisano, permíteme que te de un humilde consejo: abre bien todos tus sentidos porque las cosas realmente valiosas de la vida son sencillas como el canto de un pájaro, la sonrisa de un niño, la mirada de la persona amada, una bella melodía o un rayo de sol al atardecer. Aprende a disfrutar de estos pequeños tesoros de la vida y serás feliz.
Por cierto, ¿aún sigues pensando que en nuestro pueblo “no hay nada”?
 
Roberto Rodríguez Martínez

sábado, 26 de abril de 2014

Luces en la noche

Cuentan nuestros mayores que antaño no era raro que de vez en cuando las gentes del  campo presenciasen   ciertos fenómenos luminosos nocturnos, experiencias que atemorizaban a las gentes del campo al no saber darlas una explicación racional. Sin entrar en la veracidad o en la causa de tales hechos, queremos presentar aquí testimonio de uno de estos encuentros con "lo desconocido" tal y como lo relató en 1968 María Inmaculada Santos, natural de Villarrobejo.
¿Y que tiene esto que ver con Villapún?. Pues bien, la historia relatada es bien conocida por los más ancianos del lugar ya que su principal protagonista, "el tío Pío", fue el padre de "la Paulina", casada con Silvano de Villapún y aún recordada por muchos en el pueblo. El siguiente relato fue publicado, diez años después de ser redactado, en el “Libro conmemorativo de las bodas de plata del Instituto de Saldaña”. Página 115-116.

 LA LUZ DEL TÍO PÍO

Ocurrió a mediados de este siglo (sobre 1940). Ciertamente que Pío, el mozo robusto y jaranero de Villarrobejo no era miedoso. Muchas veces había recorrido de noche el camino de X a Villarrobejo (pongo X porque ahora ya no existe ese pueblo).

En X vivía su prometida, María Luz, y él iba a pasar la tarde con ella. Sin embargo aquella noche llegó pálido, sudoroso, descompuesto. ¿Qué le había sucedido? Sin fuerzas para tenerse en pie, se dejó caer sobre el rústico banco del hogar campesino de sus padres; al fin pudo hablar y contó lo sucedido:

Él salió de X entrada la noche. Cruzó el valle que separa el pueblo del monte, y a poco de entrar en éste vio que, de entre los matorrales salía... ¡una luz!. Una luz extraña y misteriosa, pálida, casi blanquecina, que brillaba sin despedir resplandores que iluminasen los objetos inmediatos; luz siniestra que le hizo erizar los cabellos de espanto. Hubiera preferido ver brillar los ojos fosforescentes de los lobos, y aún verse acometido por ellos, a la compañía desconcertante de aquella luz tenebrosa que oscurecía su alma y le aterraba, produciéndole sudores de azogado y temblores de calenturiento. ¿Qué hacer?. La luz caminaba delante de él, a prudente distancia, como si pretendiese iluminar el camino, sin conseguirlo. ¿Volver atrás?. No. Era preciso seguir, y así, con tan molesto acompañante, recorrió los 5 kilómetros interminables que le separaban del pueblo. Ya cerca de éste y al llegar donde el camino se bifurcaba, la luz se fue por el que Pío no tenía que seguir. Al verse libre aceleró el paso cuanto pudo, más sin atreverse a correr, por ver si podía, sin más incidentes, llegar a su casa, más cuando tan sólo diez metros le separaban del pueblo, la luz que al parecer se alejaba se vino hacia él con la rapidez del rayo, cruzó por delante, casi rozando sus ropas, y dando un bufido siniestro, se alejó perdiéndose en las sombras. 
Entonces fue cuando de todo punto creyó morirse de espanto. Sólo a costa de un esfuerzo supremo pudo llegar a casa. Aterrados y perplejos quedaron los familiares de Pío cuando el mozo terminó de contar su narración, sin saber que pensar del extraño suceso, cuando otros dos, no menos espantables, vinieron a colmar el pánico de todos. Procedente, al parecer, de los desvanes o paneras de la casa, se oyó un gran golpe seguido de un ruido como de algo que se arrastraba por el suelo, y de unos golpes secos y consecutivos que terminaron en un bufido siniestro muy parecido, según afirmaba Pío, al de la fatídica luz.
No bien terminó el ruido, cuando bajo sus pies empezó a percibirse, clara y distintamente, algo así como si barrenasen el piso de abajo, más como ellos estaban en el suelo no cabía duda que el barrenador debía de ser algún personaje de ultratumba. ¡Quién sabe! Asustados, y sin atreverse ni a respirar, pasaron la peor noche de su vida, rezando y suspirando.
Al fin llegó el nuevo día y un poco más tranquilos, todos juntos, subieron a la panera y allí vieron patente la causa de los ruidos: una criba que estaba colgada cayó, sin saber cómo, sobre el gato, éste quiso huir pero hubo de hacerlo arrastrando consigo la criba, bajó las escaleras dando golpes con el artefacto y al fin pudo huir bufando. El ser misterioso que barrenaba la tierra era un topo; cuando ellos volvieron a la cocina había terminado su obra y asomaba tranquilamente el hocico por el agujero.
¿Y la luz? la luz quedó y está en el misterio. Por aquellos años cuando las madres querían amedrentar a sus hijos, les decían: "No seas malo, que viene la luz del tío Pío".
Esta costumbre ya va desapareciendo, pero todavía hay gente que lo dice y recuerda, y por eso todos nos sabemos la historia de Pío.
 
María Inmaculada Santos Fernández

miércoles, 26 de marzo de 2014

Sobre el ocaso de la sociedad rural tradicional

El siguiente artículo ha sido publicado en el número 337 de la revista Quercus, correspondiente a Marzo de 2014. Hemos recibido el permiso de los editores de dicha revista y de su autor, el conservacionista Joan Mayol, para reproducirlo, ya que creemos que pone el dedo en la llaga sobre las implicaciones de los cambios acaecidos en el mundo rural en las últimas décadas.
              
MENTALIDADES PAVIMENTADAS
 
El cambio más importante de la sociedad humana en el último siglo ha sido la concentración de la población en las ciudades. Nuestra especie pasó del tribalismo nómada a las comunidades agrarias de dimensiones moderadas para acabar -por ahora- en las aglomeraciones masivas. La mayor parte de los humanos viven en grandes urbes. Las consecuencias de este hecho son enormes, no todas en el mismo sentido.
a 
Campo o ciudad.
El paso de las sociedades rurales a urbanas supone ventajas evidentes para sus miembros: el acceso a la educación y la sanidad son fundamentales, la libertad y las opciones de vida son mayores en el segundo caso. No hay duda de que la vida urbana ha sido muy atractiva para cientos de millones de personas, y en el siglo XX los éxodos de campesinos a las capitales y sus suburbios han sido masivos.
En general, los humanos hemos tenido tendencia a agruparnos en función de la disponibilidad de recursos: los grupos cazadores y recolectores eran menores que los de agricultores, y cuando los excedentes de producción y la capacidad de transporte hacen posibles aglomeraciones mayores, éstas crecen hasta extremos sorprendentes.

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Los costes, bien conocidos.
Pero junto a las ventajas evocadas, hay también inconvenientes: la ciudad nos aleja de la vida no humana, nos hace perder las nociones ambientales intuitivas que tienen las personas rurales. Los conservacionistas nos hemos lamentado de ello muy a menudo.

Los magníficos personajes de Miguel Delibes en sus novelas castellanas ("Las ratas", "Los santos inocentes", "Diario de un cazador"...) son un paradigma del ocaso de un mundo rural, donde se conoce lo importante, lo que no es inventado, en acertadísima expresión de El Nini en la primera narración evocada.
Son precisamente los habitantes del mundo rural los primeros en percibir los cambios negativos, la disminución de las poblaciones silvestres, la degradación de las aguas y el medio. No debemos caer, sin embargo, en tópicos simplistas. El habitante rural siente próxima a la naturaleza, pero no necesariamente aprecia todos sus componentes, como bien sabemos. Durante siglos, el hacha excesiva, el fuego fácil o el veneno cruel han sido manejados por campesinos. Como en botica, de todo hay: quien intuye, aprecia y respeta los valores de la naturaleza, y quien abusa de ellos y los destruye; quien observa, reflexiona y aprende, cerca de quien ignora y desprecia. 
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La primera generación urbana.
Los pioneros de la conservación en España, en la segunda mitad del siglo pasado, vivimos en la primera generación que había cambiado masivamente el campo por la ciudad. Labordeta, en una entrevista que puede encontrarse en YouTube, destacaba acertadamente que el éxito popular de Rodríguez de la Fuente se basaba en que su auditorio fue precisamente éste, la población neo-urbana, los que habían dejado atrás lo que ahora veían en sus pantallas: el raposo, el águila, la gineta o el lobo. Les eran próximos, formaban parte de su vida, por lo cual tenían un atractivo cierto.
Actualmente, la labor de los conservacionistas resulta algo más difícil. Para muchos conciudadanos nuestros, las especies silvestres son solo las protagonistas de los documentales, tan lejanas como los personajes de ficción. Hacer comprender el valor de la vida y generar emociones en su favor es cada vez más difícil, aunque la diversidad de medios a nuestro alcance era impensable hace muy poco. ¿Quién imaginaba hace pocas décadas que podríamos seguir en directo las migraciones de nuestras aves en la pantalla del ordenador doméstico?
Volviendo al principio, mi aportación a la reflexión hoy es constatar que la población rural prácticamente ha desaparecido, y que esto tiene costes de conservación. Porque incluso una gran parte de quienes siguen viviendo en el campo o en pueblos menores, han adoptado modos de vida urbanos en su economía, en su ocio, en sus intereses. Probablemente es más urbanita el habitante de una urbanización actual "en plena naturaleza" que un madrileño cincuenta años atrás, que podía ver las ovejas conducidas a pie hacia el matadero, comprar leche recién ordeñada o un pavo vivo por Navidad.
La segunda mitad del siglo XX ha sido la era de la urbanización. Y lo que se ha urbanizado con mayor coste no ha sido el campo o la costa, han sido las mentalidades: para la mayor parte de nuestros conciudadanos la naturaleza es algo lejano y exótico, y no saben ni sienten que influyen y son influidos por ella continuamente. A esto me refiero con la expresión de mentalidades pavimentadas. Tenemos que buscar la arena debajo de los adoquines.

 
Joan Mayol

domingo, 26 de enero de 2014

Una poesía dedicada a las tierras palentinas

La siguiente poesía fue premiada en el concurso convocado dentro de los actos de celebración del 25 aniversario del Instituto Nacional de Bachillerato de Saldaña (Palencia) en 1978 y publicada en el “Libro conmemorativo de las bodas de plata del Instituto de Saldaña”. Página 201-202.
 
                         PALENCIA, SENTIMIENTO  
  
Tengo un cantar dormido entre mis labios
y una pena en el fondo de mi alma,
y una tierra tengo en el corazón
que tiene también pena en las entrañas.
    
Una pena de ayer que hoy se deshace
en la voz de su campo fecundado;
un grito que se transformará en canto
cuando el trigo su piel haya rasgado.
    
Mi tierra en este invierno tiene sed
de grandes manos llenas de esperanzas,
de arados fieros que labren su pecho,
y de semillas ardientes y mansas. 
                                
Camina el sembrador entre los campos
cuando la tierra aún no ha florecido;
arroja paso a paso grano a grano
y el sol ya por el cielo se ha perdido.
 
Es el hombre que vive con su tierra,
que hace senderos a sus bueyes pardos,
que lleva polvo pegado en su frente
y cansados los pies por el trabajo.
 
Cansados de fatigas y de sueño,
cansados de humildad y de trabajo,
obreros, campesinos y mineros,
cansados de sudar caminan hartos.
 
A tus hombres, Palencia, doy la mano,
de tus llanos y ríos me estremezco,
por tus montes de roble llego al páramo
con tomillo y con flores de tu brezo.
 
Son tus tierras resecas en verano
de amarillo rojizo que el Sol quema;
refrescando el azul sobre tu cuerpo
reposa el claro cielo en primavera.
 
Son vivas tus entrañas, verde el fruto
que de tu vientre cedes a la vega;
dorados mares surgen de tus fuentes
de inagotables granos en la siega.
 
Es tu querer lo único que quiero,
Palencia quiere sueños y semillas;
es tu sentir lo único que siento,
Palencia, sentimiento de Castilla.
 
Nadie podrá arrancarme de tu lado
porque ya mis raíces te surcaron;
ya no podré buscar en otra parte
porque tu sol mi savia ha transformado.
 
Quisiera que mi voz sonara a trueno
y que como el relámpago surgiera;
quisiera ser un Dios para nombrarte
y hacer divino el grito a quien lo oyera.
 
Yo sólo soy rocío en la mañana
que tiembla ante los ojos de la aurora;
yo en la tormenta soy perdida estrella
prisionera de lluvia arrasadora.
 
Pero si tú quisieras ser mi playa,
yo sería tu mar acariciante,
surcaría en mis olas el vacío,
para envolverte toda y abrazarte.
 
Tú podrás ser la tierra que yo pise,
y tú serás la tierra que yo more,
y sólo tú la tierra que yo bese,
tú Palencia, serás a quien yo adore.
 
                 Teresita Rodríguez Martínez

jueves, 26 de septiembre de 2013

Recuerdos de Villapún

Villapún es un pueblecito de la provincia de Palencia que se encuentra ubicado en un alto, en una especie de meseta que obliga a ascender desde cualquier punto en el que se tome la ruta: la Roza, la Varga, la carretera que parte de Santervás de la Vega...
Este hecho, esta elevación geográfica, propicia en el pueblo la limpieza y transparencia del aire que nunca está contaminado, sino límpido y cargado de los aromas de las plantas campestres que lo rodean.
En este pueblo, los que ya andamos por la década de los setenta, aunque no vivimos allí y sólo pasábamos temporadas, pudimos disfrutar en la infancia y adolescencia hechos muy bellos, costumbres, estampas veraniegas cuando el trabajo del campo era muy duro pero sobrellevado con humor y alegría.
El ambiente se respiraba muy familiar porque no era aún frecuente que sus buenas gentes salieran a buscarse la vida en otros lugares y todos se sentían allí como en una casa común: se gozaba y se sufría comunitariamente; por ejemplo en el fallecimiento de alguno de sus habitantes ¡cómo se compartía el dolor!
En aquellos días veraniegos en los que todo el mundo trabajaba en las faenas del campo, incluidas las mujeres, cuando se hacía el agosto y había que madrugar para llevar la mies a la era antes de salir el sol para después trillarla cuando el astro pegaba duro, podía oírse el canto de los jóvenes que con la cara casi tapada por las alas del sombrerón de paja daban vueltas y revueltas sentados en el trillo que separaba el trigo de la paja.
Otro tanto ocurría cuando al atardecer volvían las mozas ya cansadas del trabajo y con la cabeza aún tapada con el pañuelo de lienzo blanco cogían los botijos y "las botijas" y salían cantado hacia la fuente del Canto para llevar a sus casas el agua fresca que conservaban en los amplios portalones de la entrada. ¡Y qué rica estaba tan natural y refrigerante sin necesidad de los frigoríficos!
Los domingos eran muy especiales: por la mañana la misa a la que nadie faltaba con su traje festivo, cuando las mozas lucían, de vez en cuando, sus vestidos nuevos y Nisio cantaba desde el coro el "introito" en latín seguido por todos con los "Kyries" y los demás elementos de la misa de Ángelis; por la tarde, cuando "Don Ugenio", el cura del pueblo que estuvo de párroco casi cincuenta años y era como el patriarca de todos los feligreses, tocaba hacia las cuatro al Rosario, también acudía todo el mundo. A la salida, las mozas, en grupo, iban de paseo frecuentemente por la carretera, y los mozos en otro grupo, por algúnn lugar próximo, hasta que se juntaban para pasar la tarde. Eran esparcimientos y diversiones muy sanos.
El invierno, tenía otras características distintas. El trabajo del campo, que nunca faltaba, no era tan duro como en el verano, y después de realizada la tarea, todo el mundo se recogía en casa donde se reunían en las noches con los vecinos o parientes en los célebres hiladeros cuando las mujeres hilaban la lana de sus ovejas, los hombres hacían escriños y los niños se dormían acurrucados en la trébede. Durante esas veladas, como no había televisión ni aparatos de radio, porque el único que lo tenía era el señor cura o el médico que residía en Santervás, se entretenían comentando las noticias del periódico que eran casi dogma de fe: lo que decía "el papel" era siempre la verdad pura y nadie osaba ponerlo en cuestión.
En este tiempo invernal se hacía la matanza del gocho seguida de la picatuesta, a la que se invitaba a los parientes y vecinos para participar de las primeras pruebas (asadas o guisadas) del animal que sabían a gloria. La faena de prepararlo todo, hacer los chorizos, las morcillas y curar los jamones era laboriosa pero se hacía con gusto porque ya se contaba en la despensa o bodega con los ingredientes necesarios para hacer el cocido de mediodía durante todo el año.
Para ir a la iglesia en esta época invernal, cuando las calles se hallaban llenas de barro o cubiertas de nieve, había que utilizar las "albarcas" de madera que, con sus tacos ayudaban a caminar sorteando los barrizales. Todo el mundo las llevaba, incluido "Don Ugenio" y se dejaban en el atrio de la iglesia para volver a calzarlas a la salida, lo cual daba a veces lugar a escenas graciosas cuando alguien involuntariamente las había cambiado dejando las suyas y poniéndose las del vecino.
En síntesis, la vida de Villapún en aquella época de los años cincuenta, era sana, familiar y el pueblo un conjunto de casas de adobe con grandes corralones que tenían en la pared que daba a las calles los típicos "arbañales" o ventanillos a ras del suelo por donde entraban y salían las gallinas como Pedro por su casa a picotear en las calles sin asfaltar o entre las hierbecillas que brotaban por las orillas de las casas.
No dudamos que Villapún ha ganado mucho con sus chalets, sus calles asfaltadas y sus jardineras; ahora está chulisimo, pero la vida se ha vuelto más independiente y moderna con las novedades que han introducido los hijos del pueblo que viven en las ciudades y regresan allí a pasar las vacaciones. Bienvenidas sean estas mejoras que hacen la vida agradable y cómoda, pero aquel ambientillo de los tiempos pasados era tan familiar, tan sencillo y tan sano, que es como una añoranza en los que lo vivimos cuando éramos pequeños y perseguíamos las mariposas ocre que revoloteaban en torno a los robles.
En fin, cada época trae lo suyo y el progreso con sus cambios positivos es bueno. De todas las formas, Villapún siempre será Villapún y para los que hemos nacido allí, no hay otro pueblo mejor en España.

María Eugenia Maeso