Un buen amigo del pueblo nos habla de la necesidad de recuperar antiguos vocablos usados secularmente en el Páramo y nos regala un bonito relato que nos retrotrae a otros tiempos en los que las inclemencias meteorológicas se padecían de diferente manera.
MEMORIA DE PÁRAMO
_"Antes, pues ya te
digo, tenías que ir bien preparao, ¿eh?;
bien preparao con angorras, con bragos, con zamarra y tó la hostia… Cargao,
¡una carga llevabas! Pero no entraba nada aunque estaría todo el día
lloviendo… He conocido pastores con
albarcas; los choclos ya eran mejores; una cosa muy caliente; las botas eran
muy malas... Iba con mi padre medio descalzo. Me hizo
unos choclos un zapatero… por tres cuartos de centeno, comprar las plantillas
y buscar unas empeñas usadas. Entonces había mejor material que ahora". [un
pastor]
“Empeñas”. Tras mucho buscar, al fin lo encontré en “Un lugar en el Páramo Palentino”. El significado de la palabra. Hay quien dice que en
“la red” se encuentra todo. Puede que sea cierto –seguro que no_. Pero antes,
todo hubo de estar en algún sitio real. Uno de ellos, para mí, es el Páramo. Un
lugar donde las palabras no sólo tienen un significado. También hablan de las
actividades que las originan; de las vivencias, de las relaciones con el
entorno, y entre sí, de quienes las pronunciaron. De éstos van quedando pocos,
y las palabras andan por ahí olvidadas o huérfanas de sentido. Pero sí. Parece que sí, que en “Un lugar del
Páramo Palentino” las palabras, en su plenitud,
han encontrado un refugio. A salvo de la tormenta de la modernidad.
Aunque no sea más que una chispa de luz, este “lugar” es un referente seguro
para que no se extravíen y sigan llegando.
Aunque nací en un lugar que se dice de la Vega, el centro de
gravedad del territorio al que pertenezco lo encuentro en el Páramo. Cuando
subo, en estos día asombrados de incertidumbres, lo veo como un ser hueco,
tallado de silencios milenarios; una costra geológica endurecida por el olvido.
Pero si consigo espantar el ruido que las cadenas emiten, agobiando con
ciudades paralizadas por la nevada del siglo y calamidades sin fin; si me
siento a su lado, me callo y escucho… Entonces descubro que está lleno, cargado
de memorias que pugnan por ser contadas. Recuerda, me dice, para nevada la que
cayó por aquí el año que te iban a nacer a ti.
Aún lo contaban a finales del siglo las viejas en las noches
de invierno. Ni los mayores de entonces, decían, recordaban semejante
acontecimiento. Todo empezó de repente. Era el día de Santa Ángela. Los
pastores del monte encerraron a toda prisa. Volvían abriéndose camino a
brazadas contra la espesura de un viento despiadado. Envueltos en sus zamarras
semejaban mariposas aleteando, atrapadas en una cortina blanca. Nadie sabe
cuánto duró aquello, ya que el día y la noche, enredados en promiscua orgía
devastadora, se olvidaron de anotar el tiempo.
Cuando cesó la tormenta sólo las casas más altas descollaban,
cual cumbres de cordillera, sobre cerros que sepultaban tapias y viviendas más
bajas. Llegar al leñero era una aventura de riesgo. Alimentar el fuego, un acto
continuo de previsión, de sabia economía. Hubo a quien no le alcanzó la hornija
para todo el invierno.
En Villarrobejo, que es un sitio de aquí del Páramo; que
tiene por patrón a San Andrés, el de la nieve a los pies; donde el día de la
fiesta solían bailar las mozas, sobre la mismísima nieve, en zapatos de tacón;
en tal lugar hubo una pareja afortunada. Fue un caso muy célebre. Se habían
casado la víspera de Santa Ángela. No se recuerda en toda la historia que nadie
haya gozado de una noche de bodas tan larga.
Lo contaban los viejos en torno a la hornacha. Dos meses
estuvo el Páramo cubierto. Allá en las majadas de La Cerra, Matajuara y El
Tremedo las ovejas morían de hambre. En carros encuartados se intentó llevarles
el pienso. Al principio, cuando la nieve les llegaba a los cuernos, hasta las
vacas más bravas se negaban. Cuando se pudo, y pasado algún tiempo, se acabó la
paja, la hierba, los titos, las muelas, la avena, la cebada y hasta el centeno.
Sólo se salvaron los rebaños de aquellos más ricos que tenían trigo de sobra.
Y ellos, la gente…, pregunto: ¿sobrevivieron? Cierto. Si no
tú habrías sido un aborto, y no estarías aquí preguntando. Entonces… Recibieron
ayuda del estado, del gobierno… ¿no? No. Ellos no necesitaban ni entendían de repúblicas
lejanas, dictaduras o reinos. No. Eran campesinos. Y con eso bastaba. Mira…
Escucha… Te cuento:
Decían las gentes de la Estepa siberiana (esta es una prima
grandota que tengo): “el zar está muy lejos, y los dioses ausentes. Por aquí ni
el diablo se acerca. Así que…”. Y como decía un cazador de la Taiga (otra parienta): "para sobrevivir en la Taiga sólo hacen falta tres cosas: pan, sal y gente".
Sobre todo gente. Gente unida y suficiente.
Amador Fernández Heras
PS: Quizás alguna vez nos hayamos cruzado en La Raya, buscando setas o, en vano, la puesta de la chocha perdiz. ¿O era el chotacabras? No sé. Si bien no soy de Villapún, no me importaría, si se me permite, adentrarme en este foro. Aunque sólo fuera por tener donde ajotar alguna palabra hambrienta que encuentre por ahí, apeada contra las ruinas del lenguaje.