"Crónicas de un pueblo palentino"

"Crónicas de un pueblo palentino" es una sección de la web www.villapún.es en la que se publican relatos verídicos o de ficción que tengan relación con el pueblo de Villapún o la cultura rural en general. Si quieres participar escribe tus historias y vivencias, tu relación con el pueblo, acontecimientos del pasado, cuentos del abuelo, aventuras de la infancia..., en fin, lo que quieras y envíalo a: villapun@gmail.com


miércoles, 16 de noviembre de 2011

Historias y despojos memoriales de la infancia

(Los animales domésticos)
Nos situamos en la vida de mediados de siglo pasado, saliendo de las miserias que acarrea una guerra (1936-39) “¡Esa sí que fue crisis y no la de ahora!”.
Fueron tiempos de escasez, obligados a hacer de todo en casa, por falta de posibles. Aprovechabamos la “cartilla de racionamiento”, el “estraperlo” y nos iluminábamos a la luz del candil.
En las casas de familia de aquellos pueblos, en años de mi niñez, los animales domésticos jugaban un papel importante: las vacas o las mulas (si las había), los cerdos, las gallinas, el burro, el perro carea, y hasta el gato. Y las ovejas también (aunque estaban en el corral, lejos de casa).
¿Cómo no ser importantes, si nos ofrecían ayuda en los trabajos, alimentos, posibles ganancias en las compraventas y muchas cosas más?
Con el tiempo y los muchos amaneceres fuimos saliendo de la tristeza de saber que todo se resumía en trabajar, dormir y comer lo poco que había, aunque cantábamos delante del carro de vacas camino adelante canciones de los "Tres Suramericanos"o Mari Trini. Nos reíamos con Gila y admirábamos a Picasso o al Cordobés.
Pero no olvidemos a los animales de casa. No les dejemos de lado. Cantemos hoy sus méritos y relaciones con nuestras vidas de entonces.

Ya de mañana, en la cocina, se despereza el gato que dormitó en la noche, cuidando que los ratones no se paseasen libremente por la casa, si bien debíamos tener a buen recaudo los torreznos y sardinas. Si sentía el hambre en su barriga, era capaz de subir a los tejados en busca de algún pájaro con el que saciar su necesidad.
El perro carea (siempre vi uno en casa) era el conductor y guardián del rebaño a las órdenes del pastor.
Siempre fiel a la familia, era el anunciador de visitas con sus ladridos extraños. Nos acompañaba a cualquier sitio sin pedir jornal alguno, a lo sumo alguna caricia de reconocimiento.
En un rincón de la tenada estaban los gochos bien tranquilos, esperando la hora de que nuestra madre les sirviera las verduras, los boñigos con harina de centeno o las patatas cocidas y sobras de comida, cuando las había. No me extraña que nunca supiera su nombre pues no he visto animal que tantos tenga: cerdo, gorrino, cochino, puerco, guarro, chanco… y una docena más. Y si sus nombres son muchos no son menos los productos que nos regala este animal: cabeza, cinta de lomo, costillar, solomillos, tocino, jamones y carnes para chorizos, codillos, orejas y rabo ...
Con verdad se dice que "del cerdo se aprovecha todo, hasta sus andares”.
Y llegaba el día de la “matanza”, allá por San Martín (11 de Noviembre), transcurridos unos 9 meses desde que fue comprado, y llegando a pesar de 16 a 20 “arrobas”. Con todo preparado, se sacrifica el animal muy de mañana. Así comienza un día frenético, con las más diversas faenas para limpiar y tener todo a punto hasta que las piezas quedan en salazón en la oscura bodega. A vecinos y familiares y a los que ayudaron en las faenas se les lleva un “aguinaldo” con algún producto del cerdo recién sacrificado, después de pasado el control veterinario. Después de un tiempo prudencial, se hacen los chorizos y morcillas y se cuelgan los jamones al humo de la lumbre familiar.
En mi mente están aquellas “moragas”, regadas con aceite, con ajo picado y pimentón, que una vez pasadas por la renegrida sartén, las comíamos acompañadas con pan y un trago de vino de pitarra del porrón. Y también recuerdo que no entendía las prohibiciones de consumir cerdo de judíos y musulmanes, ni tampoco de nosotros los cristianos en los viernes de todo el año. Para nosotros, se dulcificó la abstinencia de comer carne en la Edad Media con la bula papal y hoy se reduce al viernes de la semana Santa.
Muy de mañana mi padre pasaba por la cuadra para echar en el pesebre la primera comida a las vacas.
Si había faena en el campo, después de almorzar las uncía con el “hugo” y el carro de ruedas de hierro y caminando se iba hasta la tierra para darla una vuelta de arado antes de que llegasen las heladas. No creais que solo servían de ayuda al labrador en sus trabajos en las tierras de labor pue también proporcionaban leche, carne, pieles y becerros. Sin olvidar el abono de sus excrementos para fertilizar la tierra.
Ya para los hebreos, además del becerro de oro símbolo de la idolatría, José (hijo de Jacob) simbolizó la abundancia y la escasez con las 7 vacas gordas y la 7 flacas.
En nuestra cultura, el buey representó al Evangelista San Lucas y aparece en las postales junto a una mula en el Portal de Belén dando calor al Niño Dios.
Y no digamos de los hindúes, que respetan y veneran a las vacas como la encarnación de todos los dioses. Por eso ni las matan (sería matar a un brahmán) ni comen su carne.
Se oye al burro que con su habitual terquedad y semblante de resignación pide hierba verde para el almuerzo o que le demos libertad y soltura para buscarse su sustento. No sabe que hoy le espera una jornada con las alforjas en su lomo para ir a acarrear sacos de hierba desde el cercano prado de “Vallejuelo” hasta al pajar junto a la cuadra.
Aquel día por la mañana Daniel no había tocado el cuerno que indicaba la hora de la salida de la cabaña. Esa tarde todos mis amigos y yo no bajaríamos montados en los burros hasta “los charcos” jugando a antiguas batallas de caballería. No me explico por qué a los hombres torpes se les llama burros, si ellos tienen gran inteligencia.
Mientras tanto las gallinas de la casa ya han bajado de sus “acostaderos” y se disponen a que les derramen unos puñados de grano de trigo y cebada como alimento. A continuación salen por el “arbañal" del portal y pasean por los alrededores, por las eras y hasta los “molederos”, escarbando aquí y allá. Eso sí, nunca van solas, siguen los pasos del gallo que, altivo y arrogante como un capitán de tropa, va dando órdenes con sus sonoros "quiquiriquíes". Algunas han dejado su huevo diario y otras le pondrán en los “neales” al regreso. Cuando el nnúmero de “ponedoras” era pequeño (una gallina puede vivir 4 años, dejando  de poner huevos algo antes) se apartaban unos 20 huevos de buena medida, esperando que alguna gallina tuviera signos de estar “clueca”. Una vez que sucedía, se la colocaban los huevos en un cesto de paja tapado con una criba en la cocina y cerca del fogón para que con su temperatura y la de la cocina “incubase” los huevos los 21 días reglamentarios hasta su eclosión y nacimiento de los polluelos. Los pollos y gallinas fueron en mi niñez básicos para nuestra alimentación. Voy a pasar hoy de “la gallina en pepitoria” o del “pollo al chilindrón”, pero soy incapaz de callar que fueron la solución para muchas bocas hambrientas a la hora de sentarnos a la mesa. Y tampoco olvido la venta de huevos los martes en Saldaña, para sacar algunas perrillas. Enfermos y parturientas se reconstituían con los caldos de gallina aportados por las vecinas en sus visitas de costumbre que nos enseñaron a hacer nuestros abuelos.
Seguro que estos pueblos nacieron a la vera de los ganados de ovejas. Todo nos hace pensar que en principio fueron tierra de nadie ocupadas por pastores. Siendo niño recuerdo que rara era la casa que no tenía una cabaña con un número variable de reses. Para cuidarlas se encargaba un miembro de la familia y si no era así se ajustaba a un pastor que estuviera libre y dispuesto a pasar el año cuidando el rebaño. Se decía “ajustar al pastor” porque debían estar de acuerdo en las fanegas de centeno, el número de ovejas y el dinero a pagar o recibir por todo un año (ya fuesen reales o pesetas, que eran ya moneda corriente), desde el 29 Junio, día de San Pedro, hasta el mismo día del año siguiente.
El pastor con sus “bragos" o "zanjones”, sus “hangorras" o "polainas”, su “zamarra” y el “zurrón”, apoyado siempre en su "cachava", con la salida del sol dejaba el pueblo para estar con sus ovejas hasta el anochecer.
Conocía cada oveja, su edad (si era "primala", "borra" o "vieja") viendo sus dientes. Sabía esquilar, señalar las orejas, y también“rabonar” los corderos y si era o no “machorra”.
No conocí la antigua costumbre de que al pastor le acompañase el “corderero” ni el “borreguero”. Solo doy fe de apartar los “marones” en verano para cubrir las ovejas a su tiempo a fin de que nacieran los corderos en una quincena de días al iniciar la primavera. Ya en verano se vendían los corderos y por San Pedro se comenzaba un nuevo año.
Si en nuestro pueblo de mediados del siglo XX el labrador se merece un monumento, el pastor de siempre merece dos.

VOCABULARIO:
Estraperlo: Comercio ilegal de los años 1940-50 .
Matanza: Sacrificio del cerdo en el pueblo.
1 arroba: 11,5 kilos.
1 fanega: 43 kilos de trigo.
Aguinaldo: Regalos entre familiares y amigos en épocas navideñas.
Moragas: Primeras carnes rojas extraídas del cerdo.
Hugo: Yugo para uncir las vacas para las faenas del campo.
Vallejuelo: Pequeño valle. Término del pueblo de Villota del Páramo. 
Los Charcos: Zona de lagunas ocupada por agua estancada.
Acostadero: Zona de descanso para que las gallinas descansen en un lugar elevado.
Arbañal: Pequeño hueco por donde sale el agua del patio y a veces pequeños animales.
Neal: Nido para que las gallinas puedan depositar sus huevos.
Clueca (en otros lugares “choca”): Gallina dispuesta a incubar huevos y nazcan los pollitos.
Ajustar: Trato para contratar un pastor o criado.
Bragos (o zanjones): Piezas de la vestimenta que cubren el vientre y las pantorrillas del pastor.
Hangorras (o polainas): Vestimenta para las pantorrillas hasta los pies.
Zamarra: Especie de blusón de piel de oveja para los pastores.
Cachava ( o cayado): Palo con un extremo redondeado para cogerlo con la mano.
Primala: Oveja de 1 a 2 años.
Borra: Oveja de 2 a 3 años.
Vieja: Oveja que supera los 6 años.
Rabonar: Cortar el rabo a los corderos.
Machorra: Oveja estéril.
Corderero: Joven aprendiz de pastor que solía cuidar de los corderos.
Borreguero: Pastor que cuida los carneros y sementales.
Agustín de la Fuente
          
15 de diciembre de 2011

lunes, 26 de septiembre de 2011

Balada del hermano limosnero

En el convento de Montehano, bahía de Santoña, y en su cercanía no hay gorriones. Esta es la historia que canta esta “balada”:

                     I

En el convento de Montehano,
cuenta la historia, vivió un hermano
cuyos milagros narran aún,
fue Fray Melquiades de Villapún.

Fue conocido por sus bondades
este bendito de Fray Melquiades.
Y en el convento, tan servicial,
era sencillo y angelical.

Antes que el alba rayara el día,
al dulce grito de:_”
Ave maría
”,
él despertaba, buen despertar,
para que todos fueran a orar…

No escatimaba ningún servicio,
pero tenía por santo oficio
ser limosnero. Y diligente
cumplía el cargo ¡tan santamente!

Siempre vestido con su sayal
y a las espaldas breve morral,
por pueblo, aldea o caserío
iba descalzo, con sol o frío.

Por Dios bendito limosneando
iba pidiendo y al tiempo dando:
para los frailes pedía pan
y el frailecillo daba la paz.

                    II

Tiene el convento quietud profunda
y un bosquecillo que paz inunda
y una marisma que trae al mar
hasta los muros a golpear.

Altas gaviotas peinan los vientos,
giran, se alocan, casi por cientos,
y en la maleza del bosquecillo
hay toda clase de pajarillos:

Tordos, malvises y verderones,
mirlos, jilgueros… mas ¡no hay gorriones!
Jamás se ha visto, y ya es portento,
pardal alguno por el convento.

                    III

Cuenta la historia que el buen hermano,
santo Melquiades, rosario en mano,
fardel al hombro, volvía un día
de la limosna. Trigo traía.

Cuando llegaba casi al convento
por la vereda ya, tan contento,
le rompió el saco y quiso el cielo
que todo el trigo cayera al suelo.

Una bandada, _¡voraz tropel!_
de gorrioncillos dio cuenta de él.
No quedó un grano por el sendero
y Fray Melquiades, el limosnero,

mirando al cielo, sencillo y grave,
dijo a la tropa de aquellas aves:
_”
Porque comisteis todo mi trigo,
aves hermanas, yo no os maldigo.

Ancho es el cielo y el horizonte,
dejad la casa, dejad el monte,
y así, en el nombre de Dios, bribones,
no volváis nunca jamás, gorriones…
”.

El capuchino, triste, calló
y la bandada se dispersó.
Cuentan archivos conventuales
que desde entonces ya no hay pardales.

Y cuando al alba cantan las aves
falta al conjunto las notas graves,
pues al variado, lindo concierto
no van gorriones… ¡Y esto es lo cierto!

Fermín de Mieza

Relato publicado en el libro "ENCENDIDA BELLEZA", editado en diciembre de 1984.

Puede verse una imagen de Fray Melquiades en la sección "Villapuneses" y más información sobre este fraile en otra entrada de este blog.

Fray Melquiades de Villapún, un Capuchino con fama de santo

El convento Capuchino de Montehano se encuentra en el municipio cántabro de Escalante, cerca de las marismas de Santoña. El edificio, declarado Monumento Nacional, se ubica en un lugar privilegiado rodeado de chopos, pinos y encinas y la calma y el silencio envuelven al viajero que se acerca a sus muros en una sensación de paz sólo posible en un lugar como este. Al visitante que accede a su interior lo primero que le llama la atención es un viejo cuadro colgado en el recibidor y que representa a un barbudo fraile de aspecto venerable y bonachón. Al preguntar de quien se trata los amables Capuchinos indicarán que es Fray Melquiades de Villapún, de quien aún en el convento se guardan entrañables recuerdos a pesar de los más de tres cuartos de siglo pasados desde su muerte. Pero ¿quién fue este Fray Melquiades y por qué lleva el sobrenombre de nuestro pueblo?
Su nombre de pila fue Gavino Maeso Bastidas y nació en Villapún en el año 1.861. Era tío de la señora Benigna, abuela de Loli, Mª José y Juan Carlos. A los 28 años ingresó en el monasterio de los padres Capuchinos en Montehano, donde cambió su nombre, como es costumbre entre muchos religiosos, por el de Fray Melquiades de Villapún, nombre por el que se le conoce y que llevó hasta su muerte.
Durante toda su vida destacó por su bondad y entrega a los demás y fue labrándose una cierta fama de santo. Era uno de los llamados "frailes limosneros", es decir que salían del convento para ir a pedir y predicar por el mundo. Son numerosas las anécdotas e historias que se cuentan de él, como cuando venía descalzo pidiendo por la Vega de Saldaña y a la altura de San Martín del Obispo se encontró con un hortelano que trabajaba en la huerta y al pedirle limosna, el labrador, que no debía ser muy devoto, levantando la azada le contestó: “una de éstas os daba yo a vosotros”; la inesperada respuesta de Fray Melquiades fue que “una azada le vendría muy bien para poder labrar en el convento y que le estaría muy agradecido”. Ante estas palabras el hortelano se apiadó de él y no tuvo más remedio que concederle la limosna solicitada.
La historia más difundida tiene que ver con la ausencia de gorriones en el convento de Montehano y fue glosada con el título de “balada del hermano limosnero” por el padre Fermín de Mieza en su libro “Encendida belleza”, publicado en 1.984 y posteriormente reproducida en la revista religiosa “El Santo”. Podéis leer esta curiosa historia, entre la leyenda y la realidad, en otra entrada de “crónicas de un pueblo”. También puede verse una fotografía de Fray Melquiades en la sección “Villapuneses” de la página web www.villapún.es.
Fray Melquiades murió el 11 de septiembre de 1.925 a los 64 años de edad y 36 de religioso Capuchino. Fue enterrado en el jardín del monasterio, como era costumbre en la época, pero en los años ochenta del siglo pasado se decidió exhumar los cadáveres de los frailes para trasladarlos a nichos individuales. Cuando se abrió la tumba de Fray Melquiades, según testigos presenciales, apareció su cuerpo incorrupto y exhalando un olor agradable, lo cual fue interpretado como un posible signo de santidad, como así fue recogido por la prensa santanderina de la época. Incluso hubo algún familiar que donó un dinero a los frailes por si algún día se abre una causa para elevar a los altares al entrañable fraile de Villapún. De momento sus restos siguen descansando en el nicho del convento de Montehano.
Queremos agradecer desde aquí a Agustina Tejerina las fotografías e información facilitadas para la elaboración de esta entrada.

domingo, 26 de junio de 2011

Aquellas fiestas del pueblo

Se acercan las fiestas del pueblo que con tanta ilusión esperamos año tras año, antes niños, luego jóvenes y ahora mayorcitos pero no por eso hemos perdido la ilusión. Todavía nos marcamos alguna jota o algún pasodoble que nos hacen volver la vista atrás cuando el baile se celebraba en la era con una orquesta compuesta por acordeón, chiflita, bombo y platillos. Aguantábamos la respiración para sentir más dentro la música. Por San Pelayo todas estrenábamos vestido nuevo y zapatos nuevos. Por cierto, los zapatos solían hacernos daño pero nosotras aguantábamos el dolor sin dejar de bailar. Algunas costumbres siguen igual que antes como la misa del primer día dedicada a San Pelayo y la del segundo día a los fíeles difuntos de la parroquia. Hace años el presidente del pueblo tenía la obligación de ir con traje, camisa blanca y corbata, y terminaba el complemento con el bastón reluciente con borlas de hilo de seda. A la salida de misa estaban los músicos esperando a las autoridades y tocaban una pieza. Luego seguían tocando hasta la casa del presidente y todo el pueblo acompañaba. Esta costumbre hace años que se perdió. El segundo día de fiesta, de mañana, los músicos con los mozos del pueblo salían a dar la diana o pasacalles que se llama ahora. Iban por las calles y paraban en cada casa tocando una canción y los mozos entraban dentro con una bandeja para pedir la propina que serviría para pagar, entre todos, a los músicos. La hora de la comida era muy importante. Entonces no se comían langostinos ni cigalas. Se comía el "gallo" que se criaba lustroso en el corral comiendo trigo a placer. Otro manjar era el cordero que se había criado en el campo comiendo la hierba en El Quiñón o en Villarrilda. Las madres le asaban en el horno de leña donde entonces cocían el pan y para estos días hacían unos sequillos de manteca que estaban deliciosos El único juego que había era el de la "ballesta". Consistía en un tablero con unas tabillas boca arriba. La ballesta disparaba el perdigón y si caía la tablilla habían conseguido un premio que consistía en unas pocas almendras. Así iban pasando las fiestas; con alegría y a la vez con pena pues éramos conscientes de que hasta el próximo año no volvía a llegar San Pelayo. ¡FELICES FIESTAS PARA TODOS!
 
Asociación de Mujeres de Villapún
 
Relato publicado en el programa de fiestas de San Pelayo 2011