Cuentan nuestros mayores que antaño no era raro que de vez en cuando las gentes del campo presenciasen ciertos fenómenos luminosos nocturnos, experiencias que atemorizaban a las gentes del campo al no saber darlas una explicación racional. Sin entrar en la veracidad o en la causa de tales hechos, queremos presentar aquí testimonio de uno de estos encuentros con "lo desconocido" tal y como lo relató en 1968 María Inmaculada Santos, natural de Villarrobejo.
¿Y que tiene esto que ver con Villapún?. Pues bien, la historia relatada es bien conocida por los más ancianos del lugar ya que su principal protagonista, "el tío Pío", fue el padre de "la Paulina", casada con Silvano de Villapún y aún recordada por muchos en el pueblo. El siguiente relato fue publicado, diez años después de ser redactado, en el “Libro conmemorativo de las bodas de plata del
Instituto de Saldaña”. Página 115-116.
LA LUZ DEL TÍO PÍO
Ocurrió a mediados de este siglo (sobre 1940). Ciertamente que Pío, el mozo robusto y jaranero de Villarrobejo no era miedoso. Muchas veces había recorrido de noche el camino de X a Villarrobejo (pongo X porque ahora ya no existe ese pueblo).
En X vivía su prometida, María Luz, y él iba a pasar la tarde con ella. Sin embargo aquella noche llegó pálido, sudoroso, descompuesto. ¿Qué le había sucedido? Sin fuerzas para tenerse en pie, se dejó caer sobre el rústico banco del hogar campesino de sus padres; al fin pudo hablar y contó lo sucedido:
Él salió de X entrada la noche. Cruzó el valle que separa el pueblo del monte, y a poco de entrar en éste vio que, de entre los matorrales salía... ¡una luz!. Una luz extraña y misteriosa, pálida, casi blanquecina, que brillaba sin despedir resplandores que iluminasen los objetos inmediatos; luz siniestra que le hizo erizar los cabellos de espanto. Hubiera preferido ver brillar los ojos fosforescentes de los lobos, y aún verse acometido por ellos, a la compañía desconcertante de aquella luz tenebrosa que oscurecía su alma y le aterraba, produciéndole sudores de azogado y temblores de calenturiento. ¿Qué hacer?. La luz caminaba delante de él, a prudente distancia, como si pretendiese iluminar el camino, sin conseguirlo. ¿Volver atrás?. No. Era preciso seguir, y así, con tan molesto acompañante, recorrió los 5 kilómetros interminables que le separaban del pueblo. Ya cerca de éste y al llegar donde el camino se bifurcaba, la luz se fue por el que Pío no tenía que seguir. Al verse libre aceleró el paso cuanto pudo, más sin atreverse a correr, por ver si podía, sin más incidentes, llegar a su casa, más cuando tan sólo diez metros le separaban del pueblo, la luz que al parecer se alejaba se vino hacia él con la rapidez del rayo, cruzó por delante, casi rozando sus ropas, y dando un bufido siniestro, se alejó perdiéndose en las sombras.
Entonces fue cuando de todo punto creyó morirse de espanto. Sólo a costa de un esfuerzo supremo pudo llegar a casa. Aterrados y perplejos quedaron los familiares de Pío cuando el mozo terminó de contar su narración, sin saber que pensar del extraño suceso, cuando otros dos, no menos espantables, vinieron a colmar el pánico de todos. Procedente, al parecer, de los desvanes o paneras de la casa, se oyó un gran golpe seguido de un ruido como de algo que se arrastraba por el suelo, y de unos golpes secos y consecutivos que terminaron en un bufido siniestro muy parecido, según afirmaba Pío, al de la fatídica luz.
No bien terminó el ruido, cuando bajo sus pies empezó a percibirse, clara y distintamente, algo así como si barrenasen el piso de abajo, más como ellos estaban en el suelo no cabía duda que el barrenador debía de ser algún personaje de ultratumba. ¡Quién sabe! Asustados, y sin atreverse ni a respirar, pasaron la peor noche de su vida, rezando y suspirando.
Al fin llegó el nuevo día y un poco más tranquilos, todos juntos, subieron a la panera y allí vieron patente la causa de los ruidos: una criba que estaba colgada cayó, sin saber cómo, sobre el gato, éste quiso huir pero hubo de hacerlo arrastrando consigo la criba, bajó las escaleras dando golpes con el artefacto y al fin pudo huir bufando. El ser misterioso que barrenaba la tierra era un topo; cuando ellos volvieron a la cocina había terminado su obra y asomaba tranquilamente el hocico por el agujero.
¿Y la luz? la luz quedó y está en el misterio. Por aquellos años cuando las madres querían amedrentar a sus hijos, les decían: "No seas malo, que viene la luz del tío Pío".
Esta costumbre ya va desapareciendo, pero todavía hay gente que lo dice y recuerda, y por eso todos nos sabemos la historia de Pío.
María
Inmaculada Santos Fernández
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