Muy temprano, apenas una hora tras la salida del astro rey, paseando por la pista de Villapún hacia la Roza, que atraviesa cultivos de cereal en esta zona de la vieja Castilla, uno puede encontrarse escenas que evocan la dura batalla por la supervivencia que todos los seres vivos tienen que librar. A escasos veinte metros por delante del camino que recorro en esta cálida mañana estival, no menos de nueve pequeños mamíferos salen raudos de sus refugios en las cunetas laterales en dirección al reguero central del camino cubierto de hierba. Se trata de topillos campesinos, Microtus arvalis para más señas, que se desplazan con gran rapidez, cual pequeños juguetes mecánicos, en busca de los brotes y abundantes semillas de los que tratan de alimentarse. En su corta carrera se turnan unos a otros, de manera que no más de dos o tres coinciden en la zona abierta y nunca en la misma posición, lo que dificultaría el posible ataque de alguno de los múltiples enemigos que este micromamífero tiene. Y es que la acción de la selección natural sobre las poblaciones de cazadores y sus presas se asemeja a una suerte de carrera armamentística en la que estas últimas han de mejorar continuamente sus técnicas defensivas y los primeros las propias de la depredación. Así, los topillos, animales de actividad principalmente nocturna, aprovechan los primeros rayos del sol para librarse del acoso de los cazadores de la noche, en esta zona sobre todo del búho chico, auténtico azote de estos roedores, y ponen en juego la táctica descrita en un intento de desconcertar a un posible enemigo diurno.
Pero ¿quiénes son estos denominados "topillos"?. Pues en realidad, a pesar de lo que su nombre vulgar pudiera sugerir, poco tienen que ver con los auténticos topos y mucho con los ratones de campo y otros roedores, aunque pertenecen a una familia diferente, la de los Micrótidos. A esta familia pertenece el topillo campesino, un auténtico desconocido en la meseta castellana hasta el último cuarto del siglo pasado, período en el que colonizó este territorio, al parecer de manera natural, procedente de las zonas montañosas circundantes. Y su llegada se hizo notar debido a la dinámica poblacional propia de la especie, con tendencia a producirse notables incrementos demográficos cíclicos cada cuatro o cinco años, que pueden llegar a progresar en auténticas plagas de más de mil ejemplares por hectárea en cultivos de regadío.
Y en una de esas estamos, pues desde el verano de 2006 una de estas explosiones de topillos, que se inició en la Tierra de Campos palentina, ha ido progresando como una mancha de aceite por las comarcas aledañas, sembrando el temor entre los agricultores que ven cubiertos sus cultivos por los dichosos roedores, creando una polémica a la que no han sido ajenos los propios agricultores, la administración, los medios de comunicación y los colectivos proteccionistas. La presión de los primeros obligó a los políticos a permitir un tratamiento con veneno que luego se detuvo por las imprevisibles consecuencias ecológicas y sanitarias que pudiera tener. Más adelante se volvieron a sembrar los campos con miles de tubos de plástico con grano envenenado de muy dudosa eficacia y altos riesgos, a pesar de que cuando la plaga empiece a remitir por sus propios mecanismos de control natural habrá quien se cuelgue medallas justificando el uso de este tipo de medidas, que resultan algo así como “matar moscas a cañonazos”.
En este asunto de los topillos ha habido mucha demagogia y altas dosis de desinformación, en el que además ha jugado un papel no poco relevante la prensa, ávida de sensacionalismos y en la que pocas veces se ha dado voz a los que verdaderamente saben de estos temas. Se ha podido oír a agricultores enfadados, culpando a la administración de inoperancia y a los “ecologistas” de ser responsables de la plaga por no “permitir” el uso de venenos, cuando no de ser quienes liberan directamente “los ratones” en el campo para servir de alimento a las rapaces y otras “alimañas”. Y es que llueve sobre mojado: esta idea, fruto del más absoluto desconocimiento sobre ecología de poblaciones y dinámica de depredadores y presas, no es nueva, puesto que, ¡qué casualidad!, cada tres o cuatro años vuelve a acusarse de lo mismo a los “ecologistas” o a la mismísima administración personificada en forma de “el ICONA”, organismo que, por otra parte, lleva extinto ya unos cuantos años sin que algunos se hayan enterado aún. Por cierto, dentro de otros tres o cuatro años se volverá a hablar de topillos, al tiempo...
Dicen que no hay nada más atrevido que la ignorancia y muchos de los que acusan tan alegremente quizás deberían mirarse al ombligo y pensar que si ahora hay topillos y antes no los había también ahora el campo es muy diferente a como era hace poco más de un cuarto de siglo. Y es que las concentraciones parcelarias, la proliferación de regadíos, la mecanización de las faenas agrícolas, el uso masivo de productos químicos y las nuevas técnicas de cultivo han mejorado sin duda la producción agrícola y las condiciones de vida de los agricultores, algo totalmente loable, pero también pueden estar en la raíz del problema y ser una de las causas de la expansión de ciertas plagas, incluida la de los topillos, por ciertas zonas donde antes no se conocían. La desaparición de barbechos y de la rotación de cultivos, la siembra directa, el uso de fertilizantes y pesticidas que afectan a los depredadores pueden haber servido de llama que ha prendido la mecha de la situación actual.
Dicho todo lo anterior, ahora la cuestión relevante es: ¿qué puede hacerse y hasta cuando durará la plaga? Pues los expertos conocen muy bien que las soluciones radicales y simplistas no sirven en estos casos, es más, pueden generar problemas más graves que los que intentan solucionar. Muy probablemente la propia dinámica poblacional de los topillos les llevará a reducir drásticamente sus poblaciones, ya que el control endógeno parece jugar un papel importante, de forma que cuando el número de individuos es muy elevado se produce una inhibición hormonal de la reproducción y de igual manera la llegada de un invierno frío o muy lluvioso volvería a poner las poblaciones de micrótidos en números más bajos.
Volviendo al principio del relato, el paseo matinal concluyó con una escena de caza en la que una comadreja atravesó el camino no muy lejos de donde había tenido lugar la escena inicial y en la cuneta abandonó, asustada por la presencia del observador, el cadáver aún caliente de un topillo que acababa de cazar. Y es que el mantenimiento de poblaciones saludables de las especies que se alimentan habitualmente de topillos, esas supuestas “alimañas” que los agricultores miran con tanto recelo, podría ser uno de los factores más importantes en el control de esta explosión demográfica de topillos, convirtiendo a estos depredadores en auténticos aliados, en vez de enemigos acérrimos del hombre, en el control de ésta y otras muchas plagas que afectan a los cultivos.
Roberto Rodríguez Martínez
Villapún (Palencia)
10 de agosto de 2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario