Luis Calderón Nájera , alcalde de Paredes de Nava, publica en “El Diario Palentino”, en su edición del 23 de mayo, una especie de fábula que viene muy a cuento en estos tiempos que vivimos, porque nos recuerda de donde venimos y lo que hemos perdido por el camino y nos plantea la oportunidad que para el medio rural puede suponer hacer valer ahora aquello tan importante que quizás nunca debimos olvidar.
COMO A NUESTRO PARECER CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE MEJOR
Y en esto estaba yo en mi despacho. Tenía que enviar esa mañana no sé qué datos de una subvención, cuando miré por la ventana. Comenzaba a nevar. Próximos Los Santos, no era época de nieves. No me extrañó mucho y pensé que ya teníamos tema de conversación al café.
No dejó de nevar, lo hizo durante todo el día, continuó por la noche y siguió tres días sin pausa. Las noticias dieron alertas, recomendaciones ante previsibles aislamientos, imágenes de zonas nevadas, lugares donde nadie recordaba los tejados blancos, declaraciones inéditas de paisanos corrientes. Continuó cayendo y algunos se marcharon a la capital, donde vivían sus hijos. Tampoco se fueron tantos. Desde el coronavirus de octubre ya nadie se extrañaba de nada y ahora el pueblo se consideraba un lugar más seguro.
Pero es que siguió nevando. Acompañaron fuertes heladas que endurecieron la capa blanca que tapaba las calles. Desde entonces, el invierno no cesó de abrasarnos. Las carreteras se cortaron; imposible circular por ellas. Los primeros días pasaron camiones con cuñas que las abrían, pero por las noches el viento las volvía a tapar. Las heladas fueron terribles. Se congeló capa sobre capa, una encima de otra, agarradas y prietas.
No dejó de nevar, lo hizo durante todo el día, continuó por la noche y siguió tres días sin pausa. Las noticias dieron alertas, recomendaciones ante previsibles aislamientos, imágenes de zonas nevadas, lugares donde nadie recordaba los tejados blancos, declaraciones inéditas de paisanos corrientes. Continuó cayendo y algunos se marcharon a la capital, donde vivían sus hijos. Tampoco se fueron tantos. Desde el coronavirus de octubre ya nadie se extrañaba de nada y ahora el pueblo se consideraba un lugar más seguro.
Pero es que siguió nevando. Acompañaron fuertes heladas que endurecieron la capa blanca que tapaba las calles. Desde entonces, el invierno no cesó de abrasarnos. Las carreteras se cortaron; imposible circular por ellas. Los primeros días pasaron camiones con cuñas que las abrían, pero por las noches el viento las volvía a tapar. Las heladas fueron terribles. Se congeló capa sobre capa, una encima de otra, agarradas y prietas.
Continuó nevando y la segunda semana ya no vinieron las quitanieves. Así que tampoco pudieron acudir los maestros del colegio, ni tampoco los que abrían las oficinas de los bancos, ni la secretaria del ayuntamiento, que también vivía en la ciudad. El tren dejó de circular y el coche de línea ya no apareció. Gracias a Dios, el centro de salud no se llegó a cerrar en ningún momento. Desde verano vivían en Paredes una pareja de médicos jóvenes de Madrid que se vinieron tras el envite primero de la pandemia, compraron una casa que han rehabilitado con un buen corral donde tiene un par de caballos muy bien domados.
De los ocho guardias civiles del puesto local solo dos residen en la casa cuartel y son los que allí permanecen. El dispositivo se ha visto reducido a una pareja para los casi tres mil habitantes que somos ahora. Afortunadamente, desde que están solos, les ha cambiado el carácter.
Cuando llegó diciembre, los niños llevaban semanas sin clase. Los padres hablaron con los pocos maestros que vivían en Paredes y organizaron el horario. Agruparon niños en las aulas más soleadas y ya no madrugan tanto. Muchos universitarios a los que les pilló aquí el puente de los Santos imparten clases de su especialidad, según niveles. Hay tres estudiantes de enfermería que están ayudando a los médicos: da gusto lo bien que te tratan. Barrie, un inglés auténtico, que se vino de Mallorca hace dos años ha organizado una especie de escuela de idiomas con su hijo Ewan.
Por la Inmaculada, dejó de verse la televisión, solo se escucha alguna emisora de radio lejana, muy extranjera. Antes de Navidad, una noche de mucho viento, se cortó la luz y ya no ha vuelto. Internet no funciona, ni los móviles ni los fijos tampoco. El centro de salud y la farmacia se abastecieron los primeros días de suficiente material y medicamentos. Se aprendió bastante de las dos embestidas del COVID19 y ahora todo se gestiona diferente.
La gente mayor dice que estas nevadas son como las de su juventud y parece que los que andaban más fastidiados se han enderezado con esos recuerdos. Los mayores han recuperado mucho protagonismo en la vida de Paredes, son los sabios, aquellos que ya estuvieron en una época sin tele, sin luz , sin móvil y ahora su experiencia está muy valorada. Aún así, ya hemos tenido cuatro entierros, pero han muerto de puro viejos, que no había más remedio. Otros años en estos meses ya hubieran caído más de una docena, de lo mal que les sentaba el frío. Por otro lado, empiezan a verse barrigas de embarazadas, de tres o cuatro meses; ninguna de las madres sabe si es niño o niña, porque es pronto todavía.
Siguió nevando en Navidad y en Año Nuevo, que es lo suyo. Los Reyes llegaron igual y se organizó una cabalgata con todos los caballos del pueblo.
Se han hecho las matanzas, que con estas heladas tan gordas han dado un embutido estupendo. Aunque ha costado un poco, ya están podados todos los frutales y las viñas. Antes de las primeras nieves el campo quedó sembrado, salvo las tierras de girasol, así que estamos tranquilos.
Se ha empezado a beber el vino del año y los bares sirven el caldo casero que elaboran los que tienen bodega. Dicen que el año que viene no tirarán el rampojo ni el hollejo, que hay que hacer orujo.
Hemos vuelto a las bolsas de agua caliente, a encender las glorias y las trébedes. El verano pasado hubo muchísima paja, se guardó en grandes pilas a la espera de precios mejores. Ha venido muy bien y las casas se han calentado prendiendo las lumbres porque como el gasóleo se ha guardado para los tractores y los generadores de electricidad. También se ha podido llegar hasta el monte y bajar algo de encina. Con el grano ha pasado algo parecido. Se ha reparado un molino para el tema de la harina. El pan sabe como nunca.
El caso es cuando llegó San Sebastián, patrono del pueblo, no tenía pinta de dejar de nevar, así que no dejó de hacerlo. Se limpió el recorrido de la procesión y para allá fue el santo corito, luciéndose al solecillo de invierno. Rezamos mucho, cada uno pidió lo que quiso.
Ya no ha vuelto ningún viajero, el último que llegó se ha quedado a vivir aquí y contó que la nieve lo tapa todo. Apareció de noche, casi congelado y vive donde el cura don Diego. Es músico y ahora enseña en el colegio. Los domingos toca en un bar el piano y está empezando a organizar un grupo de baile.
El grupo de teatro Aldagón no para; hay función los viernes en el Salón del Ayuntamiento y están ensayando obras nuevas para cuando termine el repertorio. Se han apuntado actores de diferentes edades y han pedido a Miguel, de la Casa de los Títeres, que les escriba una obra sobre algún lío de faldas de los que había antiguamente en el pueblo. El viajante, el músico, contó que los pueblos por los que pasó eran más pequeños que Paredes. Las personas que quedaban eran gentes de campo con hermosas paneras cargadas y el corral con animales para pasar por lo que haga falta. Dijo que había oído que el coronavirus había atacado de nuevo en enero, más fuerte y malvado que nunca.
Aquí hay buenos rebaños de ovejas y como ya no vienen a por la leche para la fábrica de queso, se vende en los supermercados a granel. Hay que hervirla bien y mezclarla con la de vaca para suavizarla, pero de vaca hay poca. Se han impartido talleres para hacer cuajada y queso fresco. Los niños se van acostumbrando a estos sabores y comen todos juntos en el colegio, en dos turnos. Los padres se alternan por grupos semanales para llevar la cocina y el servicio.
El matadero trabaja más para las familias. Muchos después de la primera pandemia compraron animales que han criado. Los curtidos siguen y el lavadero acopió lana de un esquileo más tardío que nunca. Ha evolucionado y ha logrado fabricar mantas rústicas. Aquí hay muchas mujeres que cosen bien y ese tema está dominado.
Como los bancos han dejado de funcionar, las nóminas ya no tienen mucho sentido, nadie paga lo que debe de hipoteca o de lo que sea. Al principio había un poco de incertidumbre con esto, pero ya se han calmado. No llega el correo. La verdad es que el dinero no sirve de mucho porque las cosas se pagan con tiempo y labores a cambio.
El día de las Candelas se hizo una fiesta nocturna para celebrar la llegada de la luz al alumbrado público. A la semana siguiente llegó a las casas. Gracias a los que estaban trabajando en el parque eólico, que habían ennoviado aquí, y a los electricistas locales el tema se ha apañado muy bien. Hemos conseguido enganchar a los aerogeneradores, hay luz de sobra y de balde.
Esta semana tiraremos el primer ejemplar de la nueva edición de El Ensayo. Se trata de un periódico semanal sobre asuntos de interés local y donde cualquiera, siempre con educación, claro, pueda expresar su opinión sobre lo que le dé la gana.
En resumen, que nos hemos organizado muy bien. Se han anunciado para el día de Santiago seis bodas y quieren celebrarlas todos juntos, con lo que todo el pueblo va a ir a la fiesta. El convite parece ser que será en la pradera de la ermita de la Virgen de Carejas.
Han pasado meses y no sabemos nada de fuera de Paredes. Pero todavía no ha dejado de nevar y estamos en cuaresma. Ahora hay varios metros de nieve en las tierras. Es necesario que en Pascua comience el deshielo y se derrita todo para que podamos ir a cosechar este verano.
Luis Calderón Nájera