"Crónicas de un pueblo palentino"

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sábado, 21 de marzo de 2015

Recuerdo del roblón del camino de la Roza

El siguiente relato fue redactado el 21 de marzo de 1975 con motivo de la celebración del Día Forestal Mundial, cuando la autora era alumna de 8º curso de EGB  en el Colegio Nacional Comarcal “Villa y Tierra” de Saldaña. Puede que algunos villapuneses aún recuerden el viejo roblón al que se refiere el texto, en el que llegaron a criar las cigüeñas y que sucumbió al filo del hacha a principios de los ochenta del siglo pasado.
  
EL VIEJO ÁRBOL
   
Era un árbol viejo y arrugado, de aspecto triste y solitario, y castigado por el paso de los años que habían marcado en él toda clase de infortunios y bromas pesadas. Su corteza se caía poco a poco y sus gruesas raíces se retorcían en la tierra seca e inhóspita para sumergirse luego en las inciertas entrañas de la tierra.
Para mí, él siempre estuvo allí, con su ramaje espeso y bello en primavera, lleno de melodiosos pájaros cantores y de graciosas mariposas juguetonas que se posaban en sus hojas con un temblor desbordante de vida y alegría; con sus refrescantes y deliciosas sombras en verano, que ayudaban un poquito a soportar mejor el caluroso día; con su tono amarillento en el otoño cubriendo su contorno con una bella alfombra; y luego, a la llegada del invierno, con su ramaje esquelético y tiritón que se cubría con la nieve helada y fría blanqueando su piel y que luego iba perdiendo con sollozos y grandes lagrimones.
Recuerdo que antes le cortaban todos los años algunas de sus ramas y luego se las llevaban en una carreta tosca y pesada, tirada por dos grandes bueyes viejos y cansados. Él sufría ésto manso y silencioso, despidiéndose tristemente de sus miembros. Después de ésto, su aspecto era penoso, pero, pasado el tiempo, nuevas y hermosas ramas brotaban de su interior.
Pasaron los años, y el gran árbol que antes fue fuerte y frondoso, inclinó su noble frente ante la ley de la vida y vio como sus maderas huecas y putrefactas se agrietaban y emblandecían. Pero no le importaba; él había cumplido con su destino natural y estaba dispuesto aún a rendir su último tributo.
Dentro de poco tiempo un hombre vendrá con su hacha, lo hundirá en su fofa madera y derribará al viejo árbol, poniendo fin a su existencia. Yo le miro con nostalgia y melancolía pensando que dentro de dos o tres días, tal vez mañana, me encontraré en este mismo lugar y lo hallaré vacío, notando la falta de algo. Mi amigo, el viejo árbol del camino, habrá muerto.
Y yo buscaré otro árbol, y siempre habrá otro árbol en mi vida que me dé ejemplo de sacrificio, entrega y perseverancia.
   
Teresita Rodríguez Martínez

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