"Crónicas de un pueblo palentino"

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jueves, 21 de enero de 2021

Por tener donde "ajotar" alguna palabra hambrienta

Un buen amigo del pueblo nos habla de la necesidad de recuperar antiguos vocablos usados secularmente en el Páramo y nos regala un bonito relato que nos retrotrae a otros tiempos en los que las inclemencias meteorológicas se padecían de diferente manera.

MEMORIA DE PÁRAMO

_"Antes, pues ya te digo,  tenías que ir bien preparao, ¿eh?; bien preparao con angorras, con bragos, con zamarra y la hostia… Cargao, ¡una carga llevabas! Pero no entraba nada aunque estaría todo el día lloviendo… He conocido pastores con albarcas; los choclos ya eran mejores; una cosa muy caliente; las botas eran muy malas... Iba con mi padre medio descalzo. Me hizo unos choclos un zapatero… por tres cuartos de centeno, comprar las plantillas y buscar unas empeñas usadas. Entonces había mejor material que ahora". [un pastor]

“Empeñas”. Tras mucho buscar, al fin lo encontré en “Un lugar en el Páramo Palentino”. El significado de la palabra. Hay quien dice que en “la red” se encuentra todo. Puede que sea cierto –seguro que no_. Pero antes, todo hubo de estar en algún sitio real. Uno de ellos, para mí, es el Páramo. Un lugar donde las palabras no sólo tienen un significado. También hablan de las actividades que las originan; de las vivencias, de las relaciones con el entorno, y entre sí, de quienes las pronunciaron. De éstos van quedando pocos, y las palabras andan por ahí olvidadas o huérfanas de sentido.  Pero sí. Parece que sí, que en “Un lugar del Páramo Palentino” las palabras, en su plenitud,  han encontrado un refugio. A salvo de la tormenta de la modernidad. Aunque no sea más que una chispa de luz, este “lugar” es un referente seguro para que no se extravíen y sigan llegando.

Aunque nací en un lugar que se dice de la Vega, el centro de gravedad del territorio al que pertenezco lo encuentro en el Páramo. Cuando subo, en estos día asombrados de incertidumbres, lo veo como un ser hueco, tallado de silencios milenarios; una costra geológica endurecida por el olvido. Pero si consigo espantar el ruido que las cadenas emiten, agobiando con ciudades paralizadas por la nevada del siglo y calamidades sin fin; si me siento a su lado, me callo y escucho… Entonces descubro que está lleno, cargado de memorias que pugnan por ser contadas. Recuerda, me dice, para nevada la que cayó por aquí el año que te iban a nacer a ti.

Aún lo contaban a finales del siglo las viejas en las noches de invierno. Ni los mayores de entonces, decían, recordaban semejante acontecimiento. Todo empezó de repente. Era el día de Santa Ángela. Los pastores del monte encerraron a toda prisa. Volvían abriéndose camino a brazadas contra la espesura de un viento despiadado. Envueltos en sus zamarras semejaban mariposas aleteando, atrapadas en una cortina blanca. Nadie sabe cuánto duró aquello, ya que el día y la noche, enredados en promiscua orgía devastadora, se olvidaron de anotar el tiempo.

Cuando cesó la tormenta sólo las casas más altas descollaban, cual cumbres de cordillera, sobre cerros que sepultaban tapias y viviendas más bajas. Llegar al leñero era una aventura de riesgo. Alimentar el fuego, un acto continuo de previsión, de sabia economía. Hubo a quien no le alcanzó la hornija para todo el invierno.

En Villarrobejo, que es un sitio de aquí del Páramo; que tiene por patrón a San Andrés, el de la nieve a los pies; donde el día de la fiesta solían bailar las mozas, sobre la mismísima nieve, en zapatos de tacón; en tal lugar hubo una pareja afortunada. Fue un caso muy célebre. Se habían casado la víspera de Santa Ángela. No se recuerda en toda la historia que nadie haya gozado de una noche de bodas tan larga.

Lo contaban los viejos en torno a la hornacha. Dos meses estuvo el Páramo cubierto. Allá en las majadas de La Cerra, Matajuara y El Tremedo las ovejas morían de hambre. En carros encuartados se intentó llevarles el pienso. Al principio, cuando la nieve les llegaba a los cuernos, hasta las vacas más bravas se negaban. Cuando se pudo, y pasado algún tiempo, se acabó la paja, la hierba, los titos, las muelas, la avena, la cebada y hasta el centeno. Sólo se salvaron los rebaños de aquellos más ricos que tenían trigo de sobra.

Y ellos, la gente…, pregunto: ¿sobrevivieron? Cierto. Si no tú habrías sido un aborto, y no estarías aquí preguntando. Entonces… Recibieron ayuda del estado, del gobierno… ¿no? No. Ellos no necesitaban ni entendían de repúblicas lejanas, dictaduras o reinos. No. Eran campesinos. Y con eso bastaba. Mira… Escucha… Te cuento: 

Decían las gentes de la Estepa siberiana (esta es una prima grandota que tengo): “el zar está muy lejos, y los dioses ausentes. Por aquí ni el diablo se acerca. Así que…”. Y como decía un cazador de la Taiga (otra parienta): "para sobrevivir en la Taiga sólo hacen falta tres cosas: pan, sal y gente". Sobre todo gente. Gente unida y suficiente.

Amador Fernández Heras

PS: Quizás alguna vez nos hayamos cruzado en La Raya, buscando setas o, en vano, la puesta de la chocha perdiz. ¿O era el chotacabras? No sé. Si bien no soy de Villapún, no me importaría, si se me permite, adentrarme en este foro. Aunque sólo fuera por tener donde ajotar alguna palabra hambrienta que encuentre por ahí,  apeada contra las ruinas del lenguaje.