"Crónicas de un pueblo palentino"

"Crónicas de un pueblo palentino" es una sección de la web www.villapún.es en la que se publican relatos verídicos o de ficción que tengan relación con el pueblo de Villapún o la cultura rural en general. Si quieres participar escribe tus historias y vivencias, tu relación con el pueblo, acontecimientos del pasado, cuentos del abuelo, aventuras de la infancia..., en fin, lo que quieras y envíalo a: villapun@gmail.com


domingo, 24 de mayo de 2020

Cuento post-pandemia en el medio rural

Luis Calderón Nájera , alcalde de Paredes de Nava, publica en “El Diario Palentino”, en su edición del 23 de mayo, una especie de fábula que viene muy a cuento en estos tiempos que vivimos, porque nos recuerda de donde venimos y lo que hemos perdido por el camino y nos plantea la oportunidad que para el medio rural puede suponer hacer valer ahora aquello tan importante que quizás nunca debimos olvidar.
 
         COMO A NUESTRO PARECER CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE MEJOR
Y en esto estaba yo en mi despacho. Tenía que enviar esa mañana no sé qué datos de una subvención, cuando miré por la ventana. Comenzaba a nevar. Próximos Los Santos, no era época de nieves. No me extrañó mucho y pensé que ya teníamos tema de conversación al café.
No dejó de nevar, lo hizo durante todo el día, continuó por la noche y siguió tres días sin pausa. Las noticias dieron alertas, recomendaciones ante previsibles aislamientos, imágenes de zonas nevadas, lugares donde nadie recordaba los tejados blancos, declaraciones inéditas de paisanos corrientes. Continuó cayendo y algunos se marcharon a la capital, donde vivían sus hijos. Tampoco se fueron tantos. Desde el coronavirus de octubre ya nadie se extrañaba de nada y ahora el pueblo se consideraba un lugar más seguro.
Pero es que siguió nevando. Acompañaron fuertes heladas que endurecieron la capa blanca que tapaba las calles. Desde entonces, el invierno no cesó de abrasarnos. Las carreteras se cortaron; imposible circular por ellas. Los primeros días pasaron camiones con cuñas que las abrían, pero por las noches el viento las volvía a tapar. Las heladas fueron terribles. Se congeló capa sobre capa, una encima de otra, agarradas y prietas.
Continuó nevando y la segunda semana ya no vinieron las quitanieves. Así que tampoco pudieron acudir los maestros del colegio, ni tampoco los que abrían las oficinas de los bancos, ni la secretaria del ayuntamiento, que también vivía en la ciudad. El tren dejó de circular y el coche de línea ya no apareció. Gracias a Dios, el centro de salud no se llegó a cerrar en ningún momento. Desde verano vivían en Paredes una pareja de médicos jóvenes de Madrid que se vinieron tras el envite primero de la pandemia, compraron una casa que han rehabilitado con un buen corral donde tiene un par de caballos muy bien domados.
De los ocho guardias civiles del puesto local solo dos residen en la casa cuartel y son los que allí permanecen. El dispositivo se ha visto reducido a una pareja para los casi tres mil habitantes que somos ahora. Afortunadamente, desde que están solos, les ha cambiado el carácter.
Cuando llegó diciembre, los niños llevaban semanas sin clase. Los padres hablaron con los pocos maestros que vivían en Paredes y organizaron el horario. Agruparon niños en las aulas más soleadas y ya no madrugan tanto. Muchos universitarios a los que les pilló aquí el puente de los Santos imparten clases de su especialidad, según niveles. Hay tres estudiantes de enfermería que están ayudando a los médicos: da gusto lo bien que te tratan. Barrie, un inglés auténtico, que se vino de Mallorca hace dos años ha organizado una especie de escuela de idiomas con su hijo Ewan.
Por la Inmaculada, dejó de verse la televisión, solo se escucha alguna emisora de radio lejana, muy extranjera. Antes de Navidad, una noche de mucho viento, se cortó la luz y ya no ha vuelto. Internet no funciona, ni los móviles ni los fijos tampoco. El centro de salud y la farmacia se abastecieron los primeros días de suficiente material y medicamentos. Se aprendió bastante de las dos embestidas del COVID19 y ahora todo se gestiona diferente.
La gente mayor dice que estas nevadas son como las de su juventud y parece que los que andaban más fastidiados se han enderezado con esos recuerdos. Los mayores han recuperado mucho protagonismo en la vida de Paredes, son los sabios, aquellos que ya estuvieron en una época sin tele, sin luz , sin móvil y ahora su experiencia está muy valorada. Aún así, ya hemos tenido cuatro entierros, pero han muerto de puro viejos, que no había más remedio. Otros años en estos meses ya hubieran caído más de una docena, de lo mal que les sentaba el frío. Por otro lado, empiezan a verse barrigas de embarazadas, de tres o cuatro meses; ninguna de las madres sabe si es niño o niña, porque es pronto todavía.
Siguió nevando en Navidad y en Año Nuevo, que es lo suyo. Los Reyes llegaron igual y se organizó una cabalgata con todos los caballos del pueblo.
Se han hecho las matanzas, que con estas heladas tan gordas han dado un embutido estupendo. Aunque ha costado un poco, ya están podados todos los frutales y las viñas. Antes de las primeras nieves el campo quedó sembrado, salvo las tierras de girasol, así que estamos tranquilos.
Se ha empezado a beber el vino del año y los bares sirven el caldo casero que elaboran los que tienen bodega. Dicen que el año que viene no tirarán el rampojo ni el hollejo, que hay que hacer orujo.
Hemos vuelto a las bolsas de agua caliente, a encender las glorias y las trébedes. El verano pasado hubo muchísima paja, se guardó en grandes pilas a la espera de precios mejores. Ha venido muy bien y las casas se han calentado prendiendo las lumbres porque como el gasóleo se ha guardado para los tractores y los generadores de electricidad. También se ha podido llegar hasta el monte y bajar algo de encina. Con el grano ha pasado algo parecido. Se ha reparado un molino para el tema de la harina. El pan sabe como nunca.
El caso es cuando llegó San Sebastián, patrono del pueblo, no tenía pinta de dejar de nevar, así que no dejó de hacerlo. Se limpió el recorrido de la procesión y para allá fue el santo corito, luciéndose al solecillo de invierno. Rezamos mucho, cada uno pidió lo que quiso.
Ya no ha vuelto ningún viajero, el último que llegó se ha quedado a vivir aquí y contó que la nieve lo tapa todo. Apareció de noche, casi congelado y vive donde el cura don Diego. Es músico y ahora enseña en el colegio. Los domingos toca en un bar el piano y está empezando a organizar un grupo de baile.
El grupo de teatro Aldagón no para; hay función los viernes en el Salón del Ayuntamiento y están ensayando obras nuevas para cuando termine el repertorio. Se han apuntado actores de diferentes edades y han pedido a Miguel, de la Casa de los Títeres, que les escriba una obra sobre algún lío de faldas de los que había antiguamente en el pueblo. El viajante, el músico, contó que los pueblos por los que pasó eran más pequeños que Paredes. Las personas que quedaban eran gentes de campo con hermosas paneras cargadas y el corral con animales para pasar por lo que haga falta. Dijo que había oído que el coronavirus había atacado de nuevo en enero, más fuerte y malvado que nunca.
Aquí hay buenos rebaños de ovejas y como ya no vienen a por la leche para la fábrica de queso, se vende en los supermercados a granel. Hay que hervirla bien y mezclarla con la de vaca para suavizarla, pero de vaca hay poca. Se han impartido talleres para hacer cuajada y queso fresco. Los niños se van acostumbrando a estos sabores y comen todos juntos en el colegio, en dos turnos. Los padres se alternan por grupos semanales para llevar la cocina y el servicio.
El matadero trabaja más para las familias. Muchos después de la primera pandemia compraron animales que han criado. Los curtidos siguen y el lavadero acopió lana de un esquileo más tardío que nunca. Ha evolucionado y ha logrado fabricar mantas rústicas. Aquí hay muchas mujeres que cosen bien y ese tema está dominado.
Como los bancos han dejado de funcionar, las nóminas ya no tienen mucho sentido, nadie paga lo que debe de hipoteca o de lo que sea. Al principio había un poco de incertidumbre con esto, pero ya se han calmado. No llega el correo. La verdad es que el dinero no sirve de mucho porque las cosas se pagan con tiempo y labores a cambio.
El día de las Candelas se hizo una fiesta nocturna para celebrar la llegada de la luz al alumbrado público. A la semana siguiente llegó a las casas. Gracias a los que estaban trabajando en el parque eólico, que habían ennoviado aquí, y a los electricistas locales el tema se ha apañado muy bien. Hemos conseguido enganchar a los aerogeneradores, hay luz de sobra y de balde.
Esta semana tiraremos el primer ejemplar de la nueva edición de El Ensayo. Se trata de un periódico semanal sobre asuntos de interés local y donde cualquiera, siempre con educación, claro, pueda expresar su opinión sobre lo que le dé la gana.
En resumen, que nos hemos organizado muy bien. Se han anunciado para el día de Santiago seis bodas y quieren celebrarlas todos juntos, con lo que todo el pueblo va a ir a la fiesta. El convite parece ser que será en la pradera de la ermita de la Virgen de Carejas.
Han pasado meses y no sabemos nada de fuera de Paredes. Pero todavía no ha dejado de nevar y estamos en cuaresma. Ahora hay varios metros de nieve en las tierras. Es necesario que en Pascua comience el deshielo y se derrita todo para que podamos ir a cosechar este verano.
 
Luis Calderón Nájera

martes, 28 de abril de 2020

Un recorrido virtual por Villapún

Por gentileza de Cristina, la hija de Susi y Yoli, os presentamos un vídeo dedicado a Villapún, sus calles, sus gentes, los trabajos, las fiestas y celebraciones. En estos tiempos de confinamiento en los que todo lo hacemos online viene bien recordar a nuestro pueblo y su gente. Gracias por compartir.

 
Y una vez visitado el pueblo, os invitamos a dar un paseo por los campos y montes de Villapún en primavera, en el siguiente video que realizamos hace un tiempo.
 
 
También podéis ver más videos en el canal de Villapún en YouTube.


miércoles, 1 de abril de 2020

Recuerdos lejanos de Villapún

María Eugenia Maeso, conocida en Villapún como Genita, pasó los primeros años de su vida en el pueblo. Actualmente reside en el convento de las Dueñas de Salamanca. Desde allí nos evoca sus recuerdos de infancia en Villapún y una curiosa historia que le contaba su padre de como se vivió en el pueblo la gripe de 1918. Toda una lección de vida para estos tiempos que nos ha tocado vivir. 
 
         RECUERDOS LEJANOS DE VILLAPÚN
Voy a recordar, con cariño, cómo era nuestro pueblo hace ya un motón de años, concretamente, allá en la década de los 50; algunos de estos recuerdos vividos por mi y otros conocidos a través de las narraciones de mis padres.
Villapún era y es, un pintoresco pueblo edificado en un alto donde el aire es limpio sin contaminaciones de ninguna clase. En la época a la que me refiero era tranquilo donde se vivía como en una familia. No había coches de línea, ni mucho menos ferrocarril. No había aparatos de radio, ni televisión, ni teléfonos móviles… La gente convivía pacíficamente y con alegría compartiéndolo todo: dolores, problemas, dificultades y fiestas gozosas. Existían vínculos muy humanos porque las personas se conocían y se trataban mucho. Algo muy distinto a lo que ocurre ahora en las ciudades que habitamos que casi todos van hablando por la calle con los móviles y no dan los buenos días ni en las salas de espera de los médicos por estar hablando con personas de lejos. No es que los adelantos conseguidos sean lamentables, no, bienvenidos sean mientras sirvan para fomentar la fraternidad y el amor pero lo malo es cuando distancian y deshumanizan, cuando cada uno se aferra a su ego y no le importan los demás.
Tomamos nuevamente el hilo, después de este inciso.
En Villapún había dos etapas muy diferenciadas: la del verano y la del invierno. En el verano, que era cuando solíamos ir de vacaciones los que vivíamos en la capital, el trabajo era muy duro, sobre todo en el mes de agosto cuando se hacía la cosecha o recolección de los cereales. Trabajaban también las mujeres de sol a sol y por la tarde, cuando volvían a casa regresaban contentas a pesar del cansancio. Eran típicos los paseos de las mozas todavía con los pañuelos blancos sobre la cabeza, canturreando y dirigiéndose a la fuente del Canto con los botijos a buscar el agua. ¡Había alegría! ¡Mucha alegría!
Después de la cena, todavía se salía fuera de casa a tomar el fresco y a comentar las noticias del Papel (llamaban así al periódico que alguno recibía por correo y divulgaba entre los vecinos). Lo que decía el Papel era dogma de fe y no se ponía nunca en cuestión.
El invierno era muy distinto, en el campo no había tanto trabajo y las mujeres solían ir menos. El frío era intenso y todo el mundo se colocaba al lado del fuego que se hacía en el suelo con unos buenos troncos de leña, así eran las cocinas donde se preparaba la cena y las demás comidas. En el resto de la casa no había calefacción y por eso, después de cenar se reunían los vecinos en torno a las llamas chisporroteantes de los maderos a contar historias mientras los hombres hacían escriños, las mujeres hilaban y los niños se dormían tumbados en la trébede al calorcillo.
En cada uno de estos pueblos, aunque fuera pequeño, había un sacerdote. En Villapún estaba Don Ugenio (no es una errata, el cura era Don Ugenio sin la e). Él era como el Pastor o el Patriarca que conocía bien a su rebaño pues estuvo en el pueblo casi 50 años, le faltó muy poquito para celebrar sus Bodas de Oro en la parroquia cuando ya enfermo y casi ciego tuvo que irse con sus sobrinos a Villamizar. A todos les había bautizado, dado la primera comunión, casado y, siguiendo la genealogía, bautizado a sus hijos, etc, etc.
Pues Don Ugenio era un buen cura que visitaba a su gente, acompañaba a los enfermos y los domingos cantaba la misa en compañía de los mozos que interpretaban desde el coro la misa de Angelis sin acompañamientos musicales. ¡Y cómo tarareaba Nisio el introito en latín mientras salía Don Ugenio de la sacristía! Los expertos dirían que no había belleza musical, pero había mucha fe y se cantaba con todo el corazón. Los domingos no faltaba nadie a misa ni al rosario. Cuando a las 4 de la tarde tocaba Don Ugenio la campana, todo el pueblo iba a rezar a la Virgen. Después, las mozas ya se iban en grupo a pasear por la carretera, bajando hacia Santervás. Los mozos las seguían pronto y todos juntos pasaban sus juergas contando chascarrillos y gastándose bromas hasta el atardecer porque a la puesta del sol, había que estar en casa.
En honor a la verdad hay que decir que los niños, sobre todo algunos más traviesos, no simpatizaban mucho con Don Ugenio porque de vez en cuando les propinaba un coscorrón, a usanza de la época, cuando daban guerra en la catequesis. Ciertamente la sangre no llegaba al río pero aquellas “caricias” no eran muy apetecibles que digamos, ¡qué pegones eran los mayores y más aún los maestros en aquella época! A pesar de todo, nunca se les ocurría a los chavales decir en casa que el maestro les había pegado porque les caía el segundo coscorrón y la riña consiguiente ya que por algo les habría pegado el maestro…
Había también un ambiente piadoso que ayudaba a ir asimilando la fe desde los primeros años. Por ejemplo, al salir de la escuela, creo que por la tarde, iban todos chicos y chicas en fila hacia la iglesia a hacer una visita al Santísimo, cantado aquello de:
   
                                Vamos niños
                                al sagrario
                                que Jesús llorando está,
                                pero en viendo tantos niños
                                qué contento se pondrá.
  
No quiero terminar sin contar algo de Don Ugenio que yo no viví, pero que me contaba mi padre casi llorando de emoción, así  le resarciremos de la fama que le hemos quitado diciendo que era “pegón”.
En el año 1918 cuando mi padre tenía unos 11 años y la gripe diezmó la población de todos los pueblos y ciudades de España,  Villapún era un caos de dolor porque en casi todas las casas había enfermos a quien nadie podía cuidar por estar todos afectados de la epidemia.  Bien, pues todos los días después de misa, a la que ya no asistía nadie más que Quico el monaguillo que tenía unos 11 años y era primo de mi padre, se iban los dos, el cura y el acólito, a recorrer el pueblo para llevar algo de alimento a los enfermos.  Como por la fiebre no podían comer cosas fuertes, Don Ugenio llevaba en los bolsones de la sotana una botella de vino de decir misa, buscaba en el corral de la casa los nidales de las gallinas, cogía los huevos y con un poco de azúcar les preparaba un ponche para que pudieran alimentarse algo. Mientras él hacía estas tareas, Quico llenaba los pesebres de las vacas de paja y yerba para que no les faltase el pienso y echaba unos puñados de trigo a las gallinas. Así, casa por casa, recorrían el pueblo dos veces al día, por la mañana y  por la tarde, sin temer el contagio ni pensar en ellos para nada. ¡A cuántos salvó Don Ugenio con este sencillo alimento! Y es de saber que la tarea fue larga porque la gripe no se curaba fácilmente.
Mi padre remataba el relato diciendo que tanto el cura como el monaguillo merecían no sólo un homenaje sino que se hubiera erigido en la plaza del pueblo una escultura de los dos para memoria perpetua. No tanto, pero lo mejor fue que Dios les bendijo ampliamente y ninguno de los dos se contagió de aquella terrible epidemia.
Finalizo este largo relato diciendo que Villapún, ya no es como queda narrado porque, al igual que  ocurrió en todos los pueblos, los jóvenes se fueron a buscar trabajo a las ciudades. En  el invierno quedan muy pocas casas abiertas, pero en tiempo de vacaciones el pueblo cobra nueva vida porque casi todos conservan allí sus casas remozadas o se han construido bonitos chalets y vuelven a su añorado pueblo.
La sociedad ha cambiado mucho y  ya cuando la gente regresa tiene su coche, su televisión, su teléfono móvil  y la vida se ha hecho menos compartida con los demás, pero Villapún sigue siendo Villapún, el pueblo tranquilo pacífico y entrañable grabado a fuego en el corazón de todos los que nacimos en él; por eso siempre decimos que Villapún es el pueblo más bonito de España, al menos para nosotros.
 
Genita Maeso  (en el convento Sor Mª Eugenia)