Demos hoy un paso de tuerca hacia atrás en el tiempo, de forma que nos sitúe a mediados del siglo pasado. La verdad es que, la situación social de los habitantes de aquella época era bien otra, dadas las circunstancias. La mujer ejercía un papel importantísimo, como siempre ha sido. Pero en condiciones bien distintas a las que hoy tienen en nuestra sociedad.
La mujer, ya desde niña, se la consideraba como tal: no iría a estudiar, se prepararía para resolver los problemas familiares, se encargaría de la limpieza de la casa, aprendería al lado de su madre o abuela las recetas culinarias de los platos tradicionales, hará practicas para elaborar el pan en la hornera familiar dos o tres veces al mes, dominará las artes de conservar los alimentos, de quitar las manchas de la ropa y conocerá los remedios caseros de las enfermedades corrientes (catarros, insolaciones, dolor de tripas y de cabeza, torceduras de tobillos, gripe, sarampión, sabañones, etc. etc.), ha de saber las buenas costumbres de urbanidad para inculcárselas a sus hijos, y tendrá los conocimientos necesarios para ayudar en la preparación de las lecciones escolares y del aprendizaje del catecismo.
Y eso, que acarreaba desde tiempos ancestrales su papel de segundo orden comparándola con el del mundo masculino. Si nos fijamos un poco en la historia del pensamiento humano, veremos que los filósofos (Arístoteles incluido) y los padres y moralistas de la Iglesia han dado a la mujer una imagen peyorativa que aún se puede ver en el refranero y se generalizó en los tópicos de la "sabiduría popular": "La mujer honrada, la pierna quebrada y en casa".
No he de recordar que: "refrán es una sentencia y no dicho por cualquiera, más de persona de ciencia, sacada de la experiencia por muy cierta y verdadera. Los refranes al grosero le hacen sabio y artero y aunque parecen consejas, no hay refrán, aunque de viejas, que no sea verdadero".
Platon llegó a decir de las diferencias entre la mujer y el hombre: “no hay diferencias. Sino que aquella es más débil, y éste más fuerte". Por eso las mujeres podrán y deberán participar en los trabajos de la República y "sólo se tendrá en cuenta la debilidad de su sexo, al asignarles cargas más ligeras que a los hombres".
Hasta mediados del siglo XX la mujer campesina soportó las tareas familiares ya mencionadas. Y también la ayuda a su marido en los trabajos agrícolas, en especial en épocas de recolección. Cuando faltaba el marido, por cualquier circunstancia, ella se encargaban de otras tareas propias del campesino y le suplantaba en la siembra, en el cuidado de los ganados, escabando, labrando la tierra con las vacas, etc.
Ha sido para mí un misterio como eran capaces las mujeres de entonces de desarrollar tanta labor. Parecía que nunca se cansaban. Pero, el marido era el que mandaba. Para eso, la ley le consideraba el cabeza de familia, con sus derechos y obligaciones. Y no digamos nada si damos un repaso a la Biblia. Eva se llevó todo la responsabilidad del pecado original. Recordemos de nuevo el refranero: "en casa del vil, la mujer es el alguacil". Y también se decía: "adonde la cosa anda derecha, como ha de ser, la mujer no se desmanda y el marido es el que manda y de ella es obedecer..."
En los tiempos que hoy vivimos, nos es difícil comprender que en 1930 las mujeres de nuestros pueblos también se iban Saldaña, junto a los agosteros, el día de San Pedro a ajustarse de criadas para las faenas del campo en casa de los ricos. ¡Y bien que que se apreciaba su trabajo de agosteras!. ¡Y buena soldada les daban por ello al finalizar el contrato allá por San Miguel!.
Las mujeres que quedaban en casa madrugaban para acompañar al marido a acarrear la mies hasta la era y con gran esfuerzo subir la mies a lo alto del carro donde el hombre lo colocaría para transportarlo antes que el calor se hiciera sentir. Y así, día tras día, preparar trilla y comida para todos.
No quiero recordar como preparaba en su hornera el pan de cada día que ya se había acabado en la casa. ¡Qué conocimientos!, ¡qué cariño!, ¡qué dedicación! y !qué calores para calentar el horno y cocer luego los panes y las tortas!.
Ni tampoco quiero recordar como transportaba en los "valdes" la ropa sucia para lavarla y tenderla al sol sin mirar que tiempo hacía. Hubo veces de tener que partir los hielos del agua de las "presas" para poder jabonar y lavar.
Y todo ello lo hacían nuestras madres y abuelas de aquel tiempo.
¿Cómo se lo hemos pagado? ¿O aún seguimos creyendo que una simple cucaracha es capaz de hacer huir a cien mujeres al instante?.
Al menos sirvan estas notas, pocas y mal contadas, para recordar la importante tarea realizada por las mujeres de "antaño".
Agustín de la Fuente Maldonado
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