"Crónicas de un pueblo palentino"

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jueves, 26 de septiembre de 2013

Recuerdos de Villapún

Villapún es un pueblecito de la provincia de Palencia que se encuentra ubicado en un alto, en una especie de meseta que obliga a ascender desde cualquier punto en el que se tome la ruta: la Roza, la Varga, la carretera que parte de Santervás de la Vega...
Este hecho, esta elevación geográfica, propicia en el pueblo la limpieza y transparencia del aire que nunca está contaminado, sino límpido y cargado de los aromas de las plantas campestres que lo rodean.
En este pueblo, los que ya andamos por la década de los setenta, aunque no vivimos allí y sólo pasábamos temporadas, pudimos disfrutar en la infancia y adolescencia hechos muy bellos, costumbres, estampas veraniegas cuando el trabajo del campo era muy duro pero sobrellevado con humor y alegría.
El ambiente se respiraba muy familiar porque no era aún frecuente que sus buenas gentes salieran a buscarse la vida en otros lugares y todos se sentían allí como en una casa común: se gozaba y se sufría comunitariamente; por ejemplo en el fallecimiento de alguno de sus habitantes ¡cómo se compartía el dolor!
En aquellos días veraniegos en los que todo el mundo trabajaba en las faenas del campo, incluidas las mujeres, cuando se hacía el agosto y había que madrugar para llevar la mies a la era antes de salir el sol para después trillarla cuando el astro pegaba duro, podía oírse el canto de los jóvenes que con la cara casi tapada por las alas del sombrerón de paja daban vueltas y revueltas sentados en el trillo que separaba el trigo de la paja.
Otro tanto ocurría cuando al atardecer volvían las mozas ya cansadas del trabajo y con la cabeza aún tapada con el pañuelo de lienzo blanco cogían los botijos y "las botijas" y salían cantado hacia la fuente del Canto para llevar a sus casas el agua fresca que conservaban en los amplios portalones de la entrada. ¡Y qué rica estaba tan natural y refrigerante sin necesidad de los frigoríficos!
Los domingos eran muy especiales: por la mañana la misa a la que nadie faltaba con su traje festivo, cuando las mozas lucían, de vez en cuando, sus vestidos nuevos y Nisio cantaba desde el coro el "introito" en latín seguido por todos con los "Kyries" y los demás elementos de la misa de Ángelis; por la tarde, cuando "Don Ugenio", el cura del pueblo que estuvo de párroco casi cincuenta años y era como el patriarca de todos los feligreses, tocaba hacia las cuatro al Rosario, también acudía todo el mundo. A la salida, las mozas, en grupo, iban de paseo frecuentemente por la carretera, y los mozos en otro grupo, por algúnn lugar próximo, hasta que se juntaban para pasar la tarde. Eran esparcimientos y diversiones muy sanos.
El invierno, tenía otras características distintas. El trabajo del campo, que nunca faltaba, no era tan duro como en el verano, y después de realizada la tarea, todo el mundo se recogía en casa donde se reunían en las noches con los vecinos o parientes en los célebres hiladeros cuando las mujeres hilaban la lana de sus ovejas, los hombres hacían escriños y los niños se dormían acurrucados en la trébede. Durante esas veladas, como no había televisión ni aparatos de radio, porque el único que lo tenía era el señor cura o el médico que residía en Santervás, se entretenían comentando las noticias del periódico que eran casi dogma de fe: lo que decía "el papel" era siempre la verdad pura y nadie osaba ponerlo en cuestión.
En este tiempo invernal se hacía la matanza del gocho seguida de la picatuesta, a la que se invitaba a los parientes y vecinos para participar de las primeras pruebas (asadas o guisadas) del animal que sabían a gloria. La faena de prepararlo todo, hacer los chorizos, las morcillas y curar los jamones era laboriosa pero se hacía con gusto porque ya se contaba en la despensa o bodega con los ingredientes necesarios para hacer el cocido de mediodía durante todo el año.
Para ir a la iglesia en esta época invernal, cuando las calles se hallaban llenas de barro o cubiertas de nieve, había que utilizar las "albarcas" de madera que, con sus tacos ayudaban a caminar sorteando los barrizales. Todo el mundo las llevaba, incluido "Don Ugenio" y se dejaban en el atrio de la iglesia para volver a calzarlas a la salida, lo cual daba a veces lugar a escenas graciosas cuando alguien involuntariamente las había cambiado dejando las suyas y poniéndose las del vecino.
En síntesis, la vida de Villapún en aquella época de los años cincuenta, era sana, familiar y el pueblo un conjunto de casas de adobe con grandes corralones que tenían en la pared que daba a las calles los típicos "arbañales" o ventanillos a ras del suelo por donde entraban y salían las gallinas como Pedro por su casa a picotear en las calles sin asfaltar o entre las hierbecillas que brotaban por las orillas de las casas.
No dudamos que Villapún ha ganado mucho con sus chalets, sus calles asfaltadas y sus jardineras; ahora está chulisimo, pero la vida se ha vuelto más independiente y moderna con las novedades que han introducido los hijos del pueblo que viven en las ciudades y regresan allí a pasar las vacaciones. Bienvenidas sean estas mejoras que hacen la vida agradable y cómoda, pero aquel ambientillo de los tiempos pasados era tan familiar, tan sencillo y tan sano, que es como una añoranza en los que lo vivimos cuando éramos pequeños y perseguíamos las mariposas ocre que revoloteaban en torno a los robles.
En fin, cada época trae lo suyo y el progreso con sus cambios positivos es bueno. De todas las formas, Villapún siempre será Villapún y para los que hemos nacido allí, no hay otro pueblo mejor en España.

María Eugenia Maeso