"Crónicas de un pueblo palentino"

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martes, 26 de mayo de 2009

Reflexiones nocturnas al borde de la laguna del Valle

Sentado de noche al borde de la laguna del Valle llega a mis oídos la singular banda sonora emitida por las incansables ranitas de San Antonio en su melodía principal, acompañadas por las más discretas ranas verdes, relegadas a un papel secundario tras su estrellato diurno. Sentado, digo, en la paz tranquila de la oscuridad recién llegada, apenas se distingue la silueta del pueblo en el horizonte, débilmente iluminado por la tenue luz de unas pocas farolas, del todo insuficiente para rivalizar ni tan siquiera un poco con el brillo de la más modesta de las estrellas del cielo. Y es entonces, en noches como ésta, cuando uno levanta la mirada hacia el firmamento para descubrir la grandeza del Universo, y en momentos así  da la impresión de que toda la bóveda celeste estuviese mucho más cerca de nosotros, haciéndonos sentir realmente pequeños. Somos un minúsculo punto azul en la inmensidad de un oscuro océano de silencio. Y no se trata de una simple metáfora, puesto que los astrofísicos nos han contado como en este Universo en expansión los astros se separan más y más, aumentando entre ellos el vacío, la nada, en un proceso que podría ser eterno según los últimos descubrimientos, o revertir, como sugieren otros estudiosos, en una gran implosión inversa al proceso actual.
¿Qué tendrá el manto de estrellas de noches como ésta para hacernos reflexionar sobre las cuestiones más profundas que siempre han intrigado al ser humano? Cuestiones sobre nuestro origen y nuestro destino, sobre nuestra posición y nuestro papel en el Universo, sobre la vida y la muerte. Por ello, observar este manto de estrellas nos pone en contacto, a través de una cadena eterna, con todos los que nos precedieron y los que nos sucederán y que se hicieron exactamente las mismas preguntas y se las harán por los siglos de los siglos. Pero el cielo también nos sugiere algunas respuestas, que han ido siendo matizadas, eso sí, a lo largo de la Historia a la luz de los nuevos descubrimientos que la Ciencia ha ido aportando. Así, lo que para los antiguos eran los orificios que dejaban ver algo de la luz de la gran hoguera que suponían estaba por detrás de la esfera celeste para nosotros está claro que son astros con luz propia, básicamente iguales a nuestro propio Sol. Y algo realmente fantástico que ahora también sabemos es que todas esas estrellas están tan lejos que su luz tarda en llegarnos varios años, cientos, miles e incluso millones de años; pensemos que la luz de la estrella más cercana, nuestro Sol, que se encuentra a la distancia, ridícula en términos astronómicos, de tan sólo 150 millones de kilómetros, tarda unos 8 minutos en alcanzar la Tierra. Por ello, cuando miramos al cielo nocturno cuajado de estrellas lo que realmente estamos observando es el pasado y resulta sobrecogedor pensar que muchos de esos “mundos” quizás no estén ahora ahí o hayan cambiado o hayan aparecido otros nuevos. Y es este conocimiento el que ha permitido a los científicos viajar al pasado para intentar reconstruir el origen de nuestro Universo. Los modernos telescopios nos han aportado algunas imágenes de ese Universo incipiente y los físicos han podido llegar a comprender lo ocurrido hasta una aproximación de tan sólo unas fracciones de segundo tras la gran explosión inicial, el llamado “Big Bang”, término popular que se refiere al momento en que toda la materia concentrada en un punto comenzó a expandirse hasta formar las partículas elementales que posteriormente constituirían los átomos, las moléculas, las estrellas, las galaxias y , en definitiva, la materia de la que está hecho todo lo que conocemos. Pero cuando a un físico se le pregunta qué había antes del “Big Bang” responde que no sabe o, mejor dicho, que esa pregunta es errónea, puesto que antes de esa gran explosión no había nada, ni siquiera el tiempo. Y esta respuesta al ciudadano de a pié le deja un tanto insatisfecho y uno no deja de preguntarse cómo es posible que de la “nada” se pase al “todo”. ¿Es relevante esta pregunta?, ¿no se dan la mano en este punto la Filosofía y la Ciencia, tan empeñada esta última en demostrar durante los últimos siglos su independencia de la primera? En cualquier caso la Ciencia nos seguirá aportando respuestas, pero nunca llegaremos al conocimiento absoluto y el hombre seguirá haciéndose preguntas trascendentales.
Otra de esas preguntas recurrentes es si estamos solos o si hay vida más allá de nuestro planeta. ¿Es concebible pensar que el proceso de aparición de la vida en la Tierra fue un hecho único e irrepetible o, por el contrario, está el Universo repleto de sistemas estelares poblados de seres vivos? Y si es así, ¿se habrá desarrollado la inteligencia en alguno de ellos?. Los primeros intentos serios por dar respuesta a estas preguntas tuvieron lugar a finales del siglo XX cuando las primeras naves no tripuladas aterrizaron en la Luna y en los planetas hermanos de nuestro sistema solar, particularmente cuando las naves Viking aterrizaron en Marte en la década de los 70, planeta en el cual se habían depositado las mayores esperanzas de encontrar signos de actividad biológica. Pero los resultados no pudieron ser más decepcionantes. Ahora, en los inicios del siglo XXI la búsqueda se ha centrado en alguno de los satélites de los planetas mayores, Júpiter y Saturno, que parecen disponer de algunas características parecidas a las de la Tierra primitiva. Así mismo, el descubrimiento de agua congelada en el subsuelo marciano ha revitalizado la esperanza de que albergase algún tipo de vida al menos en las etapas iniciales de su formación, buscándose formas de vida microscópicas fosilizadas en su suelo o en meteoritos recogidos en la Tierra y procedentes del planeta rojo.
Otro nuevo campo de investigación es la búsqueda de sistemas planetarios similares al nuestro, desde que en 1995 se descubriese el primer planeta extrasolar al que han seguido después otros muchos, lo que abre nuevos argumentos para los partidarios de la existencia de mundos habitados en estrellas distantes.
Sea como fuere, las grandes, e insalvables para el ser humano, distancias interestelares hacen muy difícil, por no decir imposible, que algún día podamos llegar a conocer la existencia de esas formas de vida extraterrestres y aún más el poder llegar a contactar con una supuesta civilización inteligente. Se da la paradoja de que cabe la posibilidad de que el Universo estuviera literalmente plagado de vida, pero lo terrible es que jamás llegaremos a saberlo, lo que acrecienta aún más la soledad humana. Terrible y hermoso a la vez.

A pesar de todo, si eres de los que buscan las respuestas en los grandes espacios o en las altas cumbres considera que lo más hermoso que tienes como ser humano es tu propia mirada interior. No trates de vislumbrar la verdad más allá de las estrellas. Cierra los ojos y sueña, la verdad está dentro de todos y cada uno de nosostros.
 
Roberto Rodríguez Martínez  

Laguna del Valle, en Villapún (Palencia)
4 de Junio de 2005 (23:00-24:00 horas)

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